El festival de Barcelona, evento condecoró a otros maestros, un legado que siempre será socio vibrante de las manos y de los corazones.
El piano es el punto culminante de la resolución. El que lo oye leyendo solo la partitura para piano, gozará toda su intelectual diafanidad.
El piano se impuso en la fiesta de la recapacitación. Lo más llamativo del evento fue la participación en todo el trayecto de James Rhodes, un clásico que últimamente se ha caracterizado como una estrella del rock. Empero mostró su heterodoxia al oficiar en la misa poniendo en los altares a Gluck y Chopin.
Antes hizo gala del humor suavizado por la campechanía por no herir las susceptibilidades de los muy respetuosos con los perfiles intocables.
Vuelan con la inclusión de esas imágenes, Mozart, Shubert, Beethoven, pero no perdona en su libro que le ha convertido en un personaje polémico, a Liszt “El cabronazo responsable de que los pianistas tengan que ejecutar de memoria recitales de pianos enteros”.
Y así lo perfila sobre la razón y porqué lo ha interpretado. Sin embargo después de la alusión lo toca con una nitidez absoluta, de respeto a las formas endiabladas en que el autor compuso la obra solo para piano. Pelearse con el piano aunque se sufra el riesgo de ser la causa de una desafinación.
El mismo Rhodes refiere en las páginas que el rock ha tenido una sensible declinación en el portento de su extroversión distribuidas en partículas.
Mientras sus estrellas una de las cuales ha expresado testimonio, vuelven al trono clásico. La música antigua “es la voz de Dios”.