El régimen orteguista ha pretendido justificar la exclusión electoral de la principal fuerza de oposición, acusándola de que estaba conspirando para sabotear las elecciones del próximo 6 de noviembre.
La acusación la hizo uno de los asesores de cabecera de Daniel Ortega en un programa de televisión, la semana pasada, pero no aportó ninguna prueba en respaldo de su temeraria acusación, simplemente porque no las tienen.
Eduardo Montealegre, presidente y representante legal del PLI que fue despojado de su representación mediante una resolución judicial espuria, rechaza la acusación en un artículo que LA PRENSA publica en esta misma edición, en el cual señala que “así como necesitan (los orteguistas que detentan el poder) un culpable externo, también necesitan a un opositor interno para continuar avanzando su proyecto totalitario”.
“Sería muy tonto de mi parte —dice Montealegre—, participar en esos complots o conspiraciones de los que habla la alta dirigencia del FSLN, y que pudieran afectar al nicaragüense más necesitado o a la empresa privada, sea esta grande, mediana, pequeña o micro. Nada más alejado de la realidad pues sé, por haberlo experimentado tanto desde el sector privado como el público, cuánto nos ha costado a todos los nicaragüenses revertir la situación que heredamos el 25 de abril de 1990”.
En realidad, la acusación de que la oposición monta o se involucra en conspiraciones que no existen, es un antiguo y desgastado argumento de las dictaduras para justificar la represión, la violación de los derechos humanos y la supresión de las libertades políticas fundamentales, como son en este caso concreto la libertad de organización política y el derecho de elegir una alternativa distinta al gobierno de turno.
La teoría conspirativa es un recurso perverso que todas las dictaduras, particularmente las de corte totalitario, han usado y usan para liquidar a la oposición. Este es un tema estudiado a fondo por Karl Popper en su obra Las sociedades abiertas y sus enemigos, en la cual el científico político austríaco británico demuestra que los regímenes totalitarios, nazi y estalinista, estuvieron sustentados en “teorías conspirativas que recurrían a complots imaginarios conducidos por escenarios paranoicos…” En ese plan Adolfo Hitler mandó a incendiar el Reichstag, sede del Parlamento alemán, para culpar a la oposición y justificar una sangrienta represión y la supresión de todas las instituciones democráticas en la Alemania de esa época.
Stalin, Mao y Fidel Castro inventaron conspiraciones para acusar y reprimir incluso a miembros de sus propios partidos comunistas, con el fin de allanar el camino hacia el control absoluto del poder y eliminar toda forma de oposición y de críticas a sus dictaduras.
El orteguismo no engaña a nadie con esas acusaciones. Está claro que lo que pretende es justificar la radicalización política de su régimen dictatorial y específicamente la exclusión de la oposición de las elecciones. El orteguismo no engaña a los nicaragüenses, con sus mentiras, y mucho menos a la comunidad democrática internacional cuyos representantes conocen muy bien esas perversas patrañas dictatoriales.