Nicaragua está plagada de zancudos maláricos, denguenianos, chikuncunyanos y zicanios y desde la óptica de los insectólogos todo aquel que no avale sus métodos de estar a favor de los que están en contra y en contra de los que están a favor, somos simple y llanamente “chupa sangres”. En un país como el nuestro esos bichólogos tienen derecho a expresar o escribir lo que quieran pero como nada tiene un valor absoluto deben también tener la tolerancia de escuchar y leer lo que no quieren.
El zancudismo es un concepto político y peyorativo aplicado a los que sin hacer nada viven del erario público. De igual manera a los que se congracian con el poder desde un colaboracionismo incondicional incapaz de ver problemas o errores en la acera de los poderosos por conveniencias y comodidades personales. Negar este fenómeno es burlar la historia. Me refiero a que no solo ha sobrevivido a todo tipo de fumigación a través de los tiempos sino que además mutó en especies que superaron al Aedes aegypti.
En nuestro país cualquiera que tiene cola de tyrannosaurus rex sin ambages te dice zancudo porque no se piensa, no se actúa, no se es o no se está donde él está. No importa la trayectoria, la experiencia, la honorabilidad, el sacrificio, lo que hicieron por la libertad de su país ni los riesgos que tomaron en su lucha por una Nicaragua mejor. Eso no significa nada para los advenedizos ni para los que creen que nuestra vida republicana apenas empieza y que ellos y solamente ellos están construyendo la república.
Estas personas tienen derecho a pensar como quieran pero no a descalificar desde el rostro oculto de las redes sociales, desde la comodidad de un escritorio donde no se palpa la necesidad de la gente, desde la pantalla de televisión donde el figureo abunda, desde los escaños parlamentarios oposicionistas donde todo es politiquería, desde el pódium en el que el falso mesías se empina vendiéndose como la conciencia nacional pero lleno de fracasos acumulados que lo niega como el dirigente que quisiera ser.
Los nicaragüenses tenemos una preocupación mayor a la existencia de los zancudos, que aceptando que hay errores y lamentando que no haya oposición, reconocemos que este Daniel Ortega ni este Frente Sandinista es el mismo de los ochenta y somos los que queremos y declaramos la paz con los deseos del alma; somos los que negamos la guerra no porque nos vestimos de blanco sino porque la conocemos; somos nicaragüenses que creemos que el rumbo del país va por buen camino, a pesar de los desaciertos y no porque lo digan las encuestas, sino porque el mundo así lo reconoce y que pena que algunos nacionales que mutaron hacia otras especies no lo admitan solo por temor al qué dirán.
He visto muchos mutantes cantar en karaokes y cliquear copas en los convivios con sus enemigos dictadores, los he visto abrazar y hacer sonreír a los tiranos, he oído de muchos favores pedidos a los que abusan del poder, los he visto despotricar en la Asamblea Nacional y votar con ellos, he oído de sus reuniones nocturnas en El Carmen y saben qué eso no me preocupa, no me afecta, porque es parte de la política civilizada que debemos construir.
Lo que sí me molesta es que lo nieguen cuando todo está a vista. Esa es la naturaleza hipócrita de los serpenteros que al inocular su veneno asesinaron la unidad opositora e hicieron que la distancia inalcanzable, entre quienes se auto llaman demócratas, sea de kilometraje galáctico. Así las cosas mejor zancudo con visión que sanguijuela sin corazón.
El autor es periodista.