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Luis Rocha Urtecho

Vidaluz Meneses ya es llama en el aire

Entre los libros de poesía de Vidaluz Meneses (1944), tres señalan, desde sus títulos, su recorrido de luz y vida, que más parece un sendero cósmico que una ruta sobre la tierra: Llama guardada (1975), como lo que ella siempre fue, irradiando modestia y guardando en su alma una bondad limítrofe con lo que se podría haber confundido con ingenuidad, por tanta pureza acumulada; El aire que me llama (1982), a cuyo ineludible llamado acudió pletórica de poesía, tal una ofrenda de sí misma y de su obra, la recién pasada noche del 27 de julio; y Llama en el aire, que es lo que ahora es, cuando “todo es igual y distinto”.

Siempre estuvo en ese Paraíso que nuestro gran amigo, el P. Ángel Martínez Baigorri, S.J., lo ubicó en el corazón de los amigos. Un paraíso que en este mundo no cualquiera se gana y que es para todo tiempo, o como el mismo “Pater” dijo: “Sin tiempo”. Y ahora, Vidaluz, brisa, “aire suave de pausados giros”, fue hacia el aire que la llamaba, me imagino que con su mismo espíritu de servicio de siempre, como quien ya esperaba ese llamado del aire de la eternidad al aire que sigue siendo ella.

En sus memorias, Balada para Adelina, el último libro que publicó en mayo de este 2016, hay dos elementos que la revelan como lo que siempre fue. Se inicia con su dedicatoria A mis adoradas nietas y nietos. A la juventud nicaragüense. A la memoria del padre Fernando Cardenal, S.J., gran mentor de jóvenes y ejemplo de la opción por los pobres. En la dedicatoria, además del amor a su familia, queda clara su identificación con la opción por los pobres de Fernando. Y el segundo elemento, diremos autodescriptivo, está en el párrafo final de esas memorias:

He regresado a mi “iglesia doméstica”, como dice María del Socorro Gutiérrez, a ver crecer y disfrutar a mis catorce nietos y atender a mi mamá, residente en Estados Unidos, en su ancianidad. Ahora rezo por la paz mundial, por los migrantes, por la salud de todos y cada uno de mis seres queridos. Escribo y observo los nuevos problemas de la humanidad: violencia, migraciones y en el trasfondo lo mismo: la inequidad. Pero dentro de este panorama continúo ratificando mi confianza en el ser humano, convencida de mi fe cristiana por la que continuaré siendo optimista por necesidad vital.

Pero no fue Balada para Adelina su último libro. Dejó un cuento póstumo: La mona Panchita. Resulta que en el mes de mayo me dijo que tenía ese cuento, el que ya había enviado a Hispamer a Jesús de Santiago, quien me lo confirmó, y quedamos en que para programarlo lo antes posible, yo lo revisara, y si era necesario le hiciera modificaciones, que él supervisaría, las cuales Vidaluz me autorizó hacer.

Esta semana saldría de la imprenta La mona Panchita, para cuya contraportada escribí: Que la infancia es el tesoro de todas las edades, lo demuestra la escritora Vidaluz Meneses con este cuento dedicado a sus nietos, como si fuesen todos los niños del mundo. La idea es inculcar el amor por la naturaleza y libertad de los animales. De eso se trata este relato, que es como un Arca de Noé al mando de San Francisco de Asís. Valeria Zelaya Lacayo, la generosa ilustradora, y Vidaluz Meneses, autora del cuento, han hecho aquí una alianza de solidaridad y alegría. Se siente un sentimiento de respeto y afecto por el mundo que nos toca conservar. Ese sentimiento inagotable y valiente que prodiga Vidaluz a su alrededor.

No es que el tiempo nos haya ganado la carrera. Son cosas del aire, en el que ya revolotean las 26 páginas de este pequeño libro lleno de una ternura, en la que siempre vivirá Vidaluz.

El autor es escritor.

Opinión Vidaluz Meneses archivo
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