Acuosos y muy abiertos. Parece que sus ojos van a estallar en lágrimas de tan contento que se pone Justin cuando se le pregunta ¿por qué quiere ser patinador? “Porque quiero ser como Mario, como Elman”, contesta persiguiendo con la mirada y una sonrisa de expectación a la pareja que acaba de mencionar, quienes en este instante protagonizan un duelo de entrenamiento en patines. Corren sobre la pista que han improvisado en el parque San Sebastián o “Guatemala”, como aclaran que se llama en realidad el parquecito, que está un lado del obelisco en la Plaza Juan Pablo II, donde se juntan diario, hasta los fines de semana, un puñado de chavalos que llevan en el entrecejo clavada una misma ilusión: patinar.
Aprender a patinar, practicar patinaje, andar en patines, al punto, en algunos casos, de sustituirlos por los zapatos o de usarlos como medio de transporte que los lleva por la Avenida Bolívar, el Luis Alfonso y otras partes más lejanas de la capital, es la fiebre que se respira en este reducto de la ciudad con precaria iluminación cuando anochece. Hasta hace unos años era un sitio ruinoso madriguera de inhalantes de pega de zapato, que ponían jaque la tranquilidad del barrio San Sebastián.
Ahora, en las tardes, es habitado por niños del vecindario como Justin de nueve años, pero también por otros como Jeremy, de 7 años; Jefrey, 13 años, o Mario, un adolescente delgado que se prepara para competir en la categoría juvenil en el próximo campeonato centroamericano.
En el grupo, también corren mujeres como la “Licha”, sobrenombre de Elizabeth Berroterán, de 13 años, uno de los prospectos femeninos, que estudia segundo ciclo de primaria igual que Justin y que a veces pasa las tardes con sus papás en el sector del puente El Edén, donde venden elotes.
Jefrey y sus hermanos, que viven con su madrastra y un papá que pasa taxeando, se asomaron cualquier tarde sin saber patinar y sin tener patines.
“Aquí me metí cuando Elman comenzó a alquilar patines. Un día le lloré a mi mama para que me diera 10 pesos para alquilar y ya se habían ido. Hasta que después Elman le dijo a mi abuelita que me iba a regalar un par de patines”, cuenta Justin, quien estuvo bajo la tutela de su abuela un tiempo, cuando su mamá estuvo presa.
Keylin, la nieta de 9 años de Sara Munguía, viene desde Villa Fraternidad, en el Distrito VII, y también le regalaron sus patines en el club. Munguía dice que su nieta viene de enfrentar una situación difícil y que el mundo del patinaje ha sido un gran alivio para la salud física y mental de la menor. “Se mantiene sana y ya no está solo enfocada en la televisión. Y a mí también, antes pasaba en la casa sentada viendo novelas, y ahora vengo con ella a acompañarla”, dice Munguía, y agrega que viene hasta aquí porque en su zona no existe nada parecido y es bastante inseguro.
RESCATAR UN DEPORTE
Elman Mercado es el responsable del club RKT, que simplifica luego como un club deportivo que busca rescatar el patinaje. Conocido por su personaje Iron Man del espectáculo de patinadores, que desde hace un par de años, él y otro colega de patines comenzaron en las plazoletas del parque Luis Alfonso y en el Salvador Allende. El espectáculo que congrega a decenas de niños con sus papás ha sido una fuente para financiar al club RKT.
Sin apoyo de ninguna institución y sin patrocinio de empresa, Elman improvisó un modelo para subsidiar su sueño: del dinero que saca en el espectáculo callejero recogió, compró patines usados que comenzó a alquilar y a vender. Creó una página en redes: Patines Nicaragua, en la que oferta distintas marcas de patines. Algunos de esos pares que salen de las pacas se los regala a miembros del club.
Otros miembros del club han logrado financiar sus propios patines usados, explica Mario Espinoza, profesor del club y estudiante de Educación Física en el Instituto Nicaragüense de Deportes (IND), pero recalca que a la mayoría se les ha ayudado.
En este momento, a las puertas de una competencia les faltan protectores, patines profesionales, uniformes. El club RKT anda en busca de patrocinio. Elman dice que en la competencia centroamericana, de los 28 nicaragüenses que participarán, 18 son del club, es decir la mayoría.
La ventaja sobre los patinadores de otros clubes del país es sencilla: los chavalos de RKT no se bajan de los patines.
SIN PLATA
Mario dice que la mayoría, cuando llega al club, no sabe patinar, aprenden allí. Al comienzo, a muchos se les prestan los patines, a otros, de acuerdo con su rendimiento, se los regalan. “Nosotros con la ayuda de Patines Nicaragua ayudamos a los de bajos recursos”, dice Mario.
Otra aclaración importante: ninguno de los miembros, alrededor de 40 niños con edades comprendidas entre los 3 años y medio y los 26 años, pagan por las clases. Ninguno de los instructores recibe un salario por estar allí. Se ayudan con la venta y alquiler de patines. Elman, además del tramo que ha abierto en el sector de usados del mercado Oriental, también alquila patines en el Salvador Allende.
“El club necesita de mucha ayuda económica porque la mayoría son de escasos recursos, casi ninguno tiene patines”, dice Sara Munguía, abuela de una patinadora. Munguía explica que “hacen un plusesfuerzo para poder sacar adelante sin financiamiento”.
Munguía explica que ella y otras tres madres se organizan a veces para garantizar un refrigerio en las competencias que hacen los últimos domingos de cada mes. Han tocado puertas de distintas empresas para buscar patrocinio, pero hasta ahora nada.
