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Dígame: ¿Vamos por buen camino?

Cuando surge la interrogante acerca de si la economía nicaragüense va o no por buen camino, existe una interrogante que, por necesidad, debe responderse de antemano: ¿en qué dirección marcha nuestra economía? En primer lugar, consideremos que a nuestra sociedad solo le restan unas tres décadas antes de estar plenamente instalada en la fase de envejecimiento pleno de su población.

Adolfo Acevedo1

Cuando surge la interrogante acerca de si la economía nicaragüense va o no por buen camino, existe una interrogante que, por necesidad, debe responderse de antemano: ¿en qué dirección marcha nuestra economía? En primer lugar, consideremos que a nuestra sociedad solo le restan unas tres décadas antes de estar plenamente instalada en la fase de envejecimiento pleno de su población.

De manera que los cambios que experimenta nuestra economía, si estuviesen operando de la mejor manera, deberían apuntar en la dirección de preparar las bases económicas, humanas, de conocimiento, institucionales y de sostenibilidad para llegar allí en condiciones “buenas”.

Esto significa que el país deberá hacer frente al desafío de contar con una fuerza de trabajo cada vez más reducida en relación con el número, en muy rápido crecimiento de adultos mayores, pero que tendrá que ser muchísimo más productiva que la fuerza de trabajo de ahora. Su productividad deberá ser, además, creciente, porque solo una productividad creciente podrá contrarrestar la reducción en el número de trabajadores.

Como hemos afirmado antes, esta es la única manera en que un número cada vez más reducido de trabajadores podrá sostenerse a sí mismo de manera digna, invertir cada vez más por niño, niña y adolescente, y sostener también de manera digna al número en aumento de adultos mayores, y a los elevados y crecientes costos en atención en salud asociados al envejecimiento poblacional.

Pero este objetivo, para materializarse, requeriría primero, que las personas económicamente activas sean absorbidas, en una proporción cada vez mayor, por empleos de productividad y remuneración crecientes, y segundo, que el país haga el esfuerzo simultáneo por incrementar de manera significativa la inversión en el capital humano de los niños, niñas y adolescentes, de manera que las personas económicamente activas cuenten con la calificación y las destrezas requeridas para desempeñarlos.

Para ello, lo que debería estar ocurriendo es que la estructura productiva y exportadora se estuviese diversificando hacia actividades dinámicas, de mayor productividad y contenido de conocimientos, y elevada elasticidad, ingreso de la demanda y densidad de encadenamientos. Esta es la única manera en que la economía, en vez de generar siete de cada diez empleos precarios e informales, podrá generar porcentajes cada vez más elevados de empleos de una productividad y remuneración cada vez más elevadas.

Debería estarse efectuando además un esfuerzo extraordinario de inversión en el capital humano, para lograr que todos los niños, niñas y adolescentes tengan acceso a servicios de atención y desarrollo en la primera infancia y educación preescolar de calidad, terminen la enseñanza primaria y secundaria, que han de ser de calidad y producir resultados de aprendizaje pertinentes y efectivos.

Esto es fundamental para lograr que el país coseche de manera plena el aporte de los denominados bono demográfico y de género al proceso de desarrollo.

Esto demandará generar la necesaria plataforma de recursos humanos de alto nivel: que las universidades desarrollen su capacidad de investigación, vinculándose a la solución de los problemas específicos que demanda el proceso de aprendizaje tecnológico y formar a los científicos e ingenieros con las capacidades básicas requeridas.

La expansión de la educación de calidad permitirá que el país y las empresas tengan una base de conocimientos adecuada para el proceso de aprendizaje tecnológico. También sería imprescindible que se rehabiliten las cuencas hidrográficas deforestadas y los puntos de recarga de los acuíferos, y que se haga un uso del agua lo más racional y eficiente que sea posible.

Si estas transformaciones estuviesen ocurriendo, y el país hubiese logrado un consenso amplio, construido de manera democrática y participativa, alrededor de la necesidad de sostener este esfuerzo en el tiempo, entonces podríamos afirmar que vamos por buen camino, y que el país se está preparando a conciencia para enfrentar los desafíos del futuro. De lo contrario, tendríamos que interrogarnos muy seriamente sobre la dirección del camino que llevamos.

*Economista
[email protected]

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