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Olympia

La plenitud de la noche griega penetra trayendo el olor del romero, la albahaca, el tomillo, el orégano y el silantro y cae sobre nosotros con el rumor del Egeo amplio y sonoro, que llega como un hálito a resguardarnos., recalco que su azul intenso da los tonos índigos y Prusia, por la profundidad del mar, la más grande del planeta.

“Este insaciable apetito de belleza, de pasión y de amor, es el espíritu mismo de Grecia”. Henry Müller.

Para Herdy y la Alexandra.

La plenitud de la noche griega penetra trayendo el olor del romero, la albahaca, el tomillo, el orégano y el silantro y cae sobre nosotros con el rumor del Egeo amplio y sonoro, que llega como un hálito a resguardarnos., recalco que su azul intenso da los tonos índigos y Prusia, por la profundidad del mar, la más grande del planeta.

Una parejita tendió su sleeping back junto al mío y metidos en la bolsa acolchonada duermen apacibles. Sin pensarlo dos veces dejé mis clases de fotografía y abordé el ruinoso tren interurbano en la estación de Athenas, para venir a Olympia apenas supe que Leni Riefenstahl iba a filmar con su equipo un documental para las olimpiadas de Berlín 1936.

La máquina traquetea por la vía angosta entre ovejas, curvas y promontorios pedregosos, que los rieles capean por la geografía abrupta como si la tierra y el mar en un juego de manos muestran y esconden cabos y bahías, al pasar por el de Sounion, el templo de Apolo derruido alza sus dos únicas columnas en pie, en medio del sol poniente. Al llegar al pueblo el grupo de jóvenes escogidos por la cineasta alborota en la plaza, me dirigí a Leni tomando una naranjada en la terraza de un café, no pude ver bien sus célebres ojos verdes tapados por lentes de sol, pero su pelo rubio brillaba con esplendor. Aceptó mi propuesta de ser uno de sus ayudantes, con ella en pocos días aprendería lo que en la universidad me tomaría años.

Subimos la colina de Olympia a iniciar la filmación, las ruinas esparcían pedazos de mármol por todas partes, solo el templo dórico parecía intacto, los muchachos y muchachas se desnudaron ya que Leni quería filmarlos como los atletas antiguos, la parejita que durmió a mi lado, se quitó la ropa y la puso en un trozo de friso, los maquillistas los prepararon, él debía hacer pruebas del pentatlón: lanzamientos de bala, disco, martillo y jabalina y ella juegos con cintas y aros, la directora gritó: ¡cámara, acción! y el aparato montado sobre un trípode empezó a enfocar, yo sentí al mirarlos desnudos bañados por la luz matinal, arder mi sangre y mi respiración entrecortarse viendo sus glúteos y los senos, de los que la boca ávida ansiaba chupar sus pezones, pegando los labios hasta las aureolas como si bebieran en la copa de los dioses nutrientes de néctar y ambrosía.

Las jornadas fueron largas, las tomas se repetían, una tras otra, pues Leni era perfeccionista y bien sabía, como buena alemana, que el trabajo duro y constante logra excelencias. Así pasamos varios días entre órdenes y fatigas y el placer producido por los bellos cuerpos atléticos desnudos, oyendo el chirriar persistente de las cigarras pegadas en los olivos en el tiempo estival y por la noche el de los grillos., relajando el cuerpo entregados al sueño bajo el cielo constelado, rodeados de la belleza como por un bálsamo y una miel, o los gemidos del orgasmo. Hay tregua en la Hélade, acallaron los ruidos de guerra y la antorcha encendida inaugura los juegos, pudieron pregonarlo en el siglo quinto antes de Cristo.

Vi el film después de las olimpiadas y una de sus imágenes espléndidas es la del muchacho corriendo desnudo a la orilla del mar con la antorcha en alto inflamada por el fuego sagrado, sus piernas fuertes hienden la espuma blanca hinchada, en la carrera ágil y veloz contra el pleamar. Aclaro que la cineasta del Fürher del Tercer Reich, nunca imaginó que su jefe llenaría vagones de trenes de carga con millones de prisioneros destinados a los campos de concentración y exterminio de Auschwitz y Treblinka, ni intuyó que tras la cruz gamada esvástica de la bandera nazi ondeando desplegada en el estadio olímpico de Berlín, ocultaban el rostro de la muerte. Leni reveló siempre el milagro de la vida en la belleza del cuerpo humano, fotografiando etnias negras africanas en sus últimos años y buceando a los ochenta en el mar de Madagascar.

Cultura Cuento Nicaragua archivo

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