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Barrio maldito

El quilombo estaba lleno de negras con olor a chancho frito, tabaco y cerveza y la propietaria del lugar, a esa hora, se encontraba fumando un habano y sentada de piernas cruzadas en su trono de mimbre.

Cuando volvió a ver para atrás se dio cuenta que en realidad no había perdido su tiempo; porque precisamente consideraba que había vivido todo lo que todo hombre como él debería de haber vivido para poder vivir en paz con sus mujeres y principalmente con él mismo, aunque las mujeres eran su mayor debilidad no logró ubicar bien a la concubina que lo había hecho feliz una navidad de fin de siglo, sentía que las amaba a todas, pero a ninguna en especial y eso lo hizo preocuparse por un momento cuando se dirigía al burdel del barrio maldito en donde se encontraba Eleonor Mackenzie, una negra costeña de Bluefields y correo del Frente que poseía los atributos más exuberante que un hombre como él podía experimentar en el crepúsculo del atardecer de su existencia.

El quilombo estaba lleno de negras con olor a chancho frito, tabaco y cerveza y la propietaria del lugar, a esa hora, se encontraba fumando un habano y sentada de piernas cruzadas en su trono de mimbre, rodeada de dos niñas que admiraban el perfumado tronco de hembra vestida con un pornográfico traje de figuras tropicales y el pelo crespo suelto hecho un penacho en su testa por un pañuelo rojo y negro que hacía destacar sus dos enormes medias lunas en sus pequeñas y roedoras orejas.

Se encontraba seria, pensativa, pero cuando miró venir al tío soltó una estruendosa carcajada de su bemba carmesí y ebúrnea dentadura “ven pa ca mi rey, te estaba esperando mi viejo bello… ven acá mi papi chulo que tu muñeca necesita tenerte cerca en esta eterna noche que es toda tuya mi reyyyy…” El hombre se acercó circunspecto a la joven mulata, que moviéndose de su lugar se abalanzó a los brazos de él, y ambos sin decir palabras salieron de aquel tugurio abrazados y besándose hasta dirigirse al desvencijado segundo piso en donde quedaba la habitación privada de aquella almibarada mulata, dueña de aquel deplorable y sórdido lugar en donde el pensamiento es una vulva y un bálano y la palabra un coito sin fin.

Eleonor hizo la oración del puro en el cuarto, antes de desnudarse, luego mató un gallo y la sangre se la untó en todo el cuerpo y por último le vomitó aguardiente al hombre que se encontraba tan erecto como una piedra de moler maíz, luego ambos se fundieron en un infierno de placer y lujuria y cuando logró tenerla por primera vez de espaldas o como quien dice entre la espada y la pared, la mula cayó de bruces herida de muerte natural ante aquel enhiesto y brioso caballo viejo que se terminó de apaciguar en las oscuras entrañas de la jinetera de la vieja Habana que había escapado del régimen castrista y que ahora había fenecido en el lecho de fuego, sangre y sudor.

El negro Mackenzie a la medianoche tomó sus ropas, se vistió con lentitud dejando echada en el tálamo el voluptuoso cuerpo de la meretriz , luego bajó alegre y silbando a tomarse unos tragos entre pecho y espalda al salón en el preciso instante que sonaban en la roconola con forma de guitarra el tema “Martina” de Antonio Aguilar, y cuando el alcahuete se disponía a salir a la calle, Eleonor salió desnuda detrás de él hecha un súcubo con un pitón enrollado en su ensangrentado cuerpo gritándole “para dónde vas mi reyyy… conmigo todavía nadie se limpia el culo tío, vení para acá antes que acabe con vos mi papacito…” el proxeneta sonriéndole ya ebrio hizo caso omiso de la advertencia de la morena y antes de llegar abrir la puerta de entrada una detonación de Smith & Wesson acabó con él, quien dicen ahora las malas lenguas, que fue sepultado en el mismo lupanar de las negras del barrio maldito, en donde desde entonces hasta la fecha todos los fines de semana la sombra del negro Mackenzie se aparece a la medianoche en forma de diablo y las rameras al verlo dicen que inexplicablemente les popea el traste como hoya hirviente de nacatamal mondonguero.

Cultura Narrativa Nicaragua archivo

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