Sin duda que Daniel Ortega sería feliz si Donald Trump ganara la elección presidencial del primer martes de noviembre próximo en los Estados Unidos (EE.UU.). Ortega se sentiría muy cómodo con un presidente del “imperio” (como él llama a EE.UU.), a quien no le importaría que se violen los derechos humanos, se atropelle la democracia y se restrinja o suprima la libertad en cualquier parte del mundo.
A juzgar por lo que ha dicho el mismo Trump, un dictador como Daniel Ortega podría hacer todo lo que quisiera contra su propio pueblo, para perpetuar su dictadura dinástica, y el Gobierno de EE.UU. ni siquiera se molestaría en emitir una declaración de protesta.
“El americanismo, no el globalismo, será nuestro credo”, ha dicho Trump, advirtiendo que con su gobierno EE.UU. renunciaría a la defensa de los derechos humanos y a apoyar a las sociedades abiertas y democráticas en el mundo. “No tenemos derecho de sermonear” a nadie, sostiene Trump, para quien lo importante no es que un país sea libre y democrático, sino que sea su aliado.
El comentarista internacional, Andrés Oppenheimer, considera que “Trump haría regresar la política exterior norteamericana a los días de la Guerra Fría, cuando Washington apoyaba regímenes represivos de derecha, como el de Anastasio Somoza en Nicaragua, bajo la premisa de que eran aliados. El presidente Franklin D. Roosevelt habría dicho en 1939 –recuerda Oppenheimer— que puede que Somoza sea un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…”
Obviamente, si Donald Trump llegara a ser presidente de los EE.UU., podría decir de Daniel Ortega lo mismo que dijo Roosevelt de Anastasio Somoza García.
Pero EE.UU. se reivindicó de aquella política nefasta y típicamente imperialista, de apoyar a un dictador en Nicaragua porque era su aliado sin importarle la falta de libertad, democracia y derechos del pueblo nicaragüense.
A partir de 1977, con la llegada de Jimmy Carter al poder presidencial EE.UU. cambió su política exterior y la centró en la promoción y defensa de los derechos humanos, incluyendo las libertades civiles que sustentan la democracia. Eso permitió que dos años después, EE.UU. jugara un papel determinante en el derrocamiento de la dictadura del general Anastasio Somoza Debayle, el último de la dinastía somocista.
Gracias a la política de derechos humanos del gobierno de Carter, la dictadura dinástica de los Somoza fue aislada internacionalmente, sus adquisiciones de armas en el exterior fueron bloqueadas, la Asamblea General de la OEA exigió la renuncia del dictador Somoza Debayle y el Frente Sandinista pudo recibir libremente los suministros bélicos y el apoyo logístico que le permitieron derrotar militarmente a la Guardia Nacional somocista.
Ahora, a juzgar por lo que dice Trump, él se haría el desentendido ante una dictadura dinástica como la orteguista y hasta podría apoyar sus desafueros. Pero, afortunadamente, a juzgar por las encuestas y los demás indicios políticos, EE.UU. se salvará de tener a Trump como presidente y el mundo también se salvará de las barrabasadas que este podría cometer en el ámbito de la política exterior.