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Cartas al Director

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¿La vida es un juego? Los nicaragüenses mostramos y vivimos una cultura política envejecida, tradicional y apegada a la violencia. Es notorio que la cultura política de los nicaragüenses está clavada en el principio aquel, si yo no estoy incluido… nada sirve, es una modalidad o expresión propia del autoritarismo, la centralización y la ausencia […]

¿La vida es un juego?
Los nicaragüenses mostramos y vivimos una cultura política envejecida, tradicional y apegada a la violencia. Es notorio que la cultura política de los nicaragüenses está clavada en el principio aquel, si yo no estoy incluido… nada sirve, es una modalidad o expresión propia del autoritarismo, la centralización y la ausencia de humildad para reconocer que cada uno tenemos un tiempo, una capacidad y que otros serán diferentes a nosotros.

Esto no solamente es propio de la clase política, por el contrario, lo vemos, lo percibimos y lo vivimos en las relaciones interpersonales e intrapersonales. Las descalificaciones, la envidia, el egoísmo, son una práctica fundamental de las relaciones humanas y sociales de los nicaragüenses, en todos los ámbitos de la vida diaria. Parecemos tontos.

La cultura política de la ciudadanía, es determinista, es trágica, es del concepto que dice, ahora o nunca, actuamos, como Romeo y Julieta, en la historia épica, o lo tenemos todo o mejor nos morimos, nos suicidamos social y políticamente. En la cultura política nicaragüense no mostramos saber ganar y aceptar perder, con el mismo gusto y la misma tolerancia, en uno y en otro momento. No logramos entender que la vida es un juego. Y, que lo importante no es perder o ganar, lo sustancial es jugar, vivir y aportar socialmente.

Pienso que la ciudadanía nicaragüense debe cavilar en un cambio estructural, en una permutación profunda en su comportamiento social y político. Con la finalidad de recomponer el destino hacia donde el país se encamina. Parecemos enfermos mentales en un manicomio, damos vueltas y vueltas en un mismo sitio, sin cambiar, sin transformar, solo por el hecho de resistirnos y obligar a los demás a aceptar nuestra visión, nuestra creencia. Nuestras obsesiones y pesadillas mentales.

Los políticos se creen que son los únicos y que sin ellos el país no vive, no existe. Los gobernantes, creen que todo lo que hacen es apropiado y llena las expectativas sociales, se creen intérpretes de las demandas humanas. Los religiosos creen tener la última palabra de la historia planetaria. Los empresarios aseguran que son ellos los que cambian y transforman la vida en sociedad. Los sindicalistas se creen jueces y dueños de la verdad, no respetan reglas del juego, actúan de forma cuartelaria. Los funcionarios de gobiernos quieren ser omnipresentes y multifuncionales. Están de representantes en cinco y hasta en siete juntas directivas del servicio público, a la vez, quieren ser políticos, gerentes, jefes, líderes, dueños de la verdad, jóvenes, adultos, todo al mismo tiempo.

Tenemos que aceptar que la vida es corta, es limitada y que la verdad no es absoluta ni hay dueños exclusivos e inequívocos de la realidad. Esta última es una construcción colectiva y tiene diferentes matices y niveles. Contribuyamos voluntariamente a una cultura política nicaragüense que sea realista y promueva el desarrollo sostenible.
Cirilo Antonio Otero.

 

Villano o héroe
En las elecciones de 1984 Daniel Ortega puso todo tipo de obstáculos para que la oposición, encabezada por Arturo Cruz Porras y Adán Fletes, no participara. Un grupo de micropartidos zancudos lo acompañaron y el dictador “ganó”. Llegaron los 16 años de gobiernos democráticos, Ortega dijo: “Gobernaremos desde abajo”  y se practicó una oposición terrorista; tranques armados en todas las carreteras, secuestros masivos, asaltos a todos los bancos de Estelí con saldo de 45 muertos, quemas de edificios incluida la Alcaldía de Managua, destrucción de calles, huelgas permanentes  y muchos templos católicos dinamitados.

Hace diez años Ortega regresó al poder gracias al pacto con Arnoldo Alemán. Comenzó destruyendo todas las instituciones democráticas, dirigió los últimos cuatro fraudes electorales y nos colocó como la segunda nación más pobre y corrupta de América, mientras él se colocó a la cabeza de los nuevos millonarios. Las elecciones de noviembre del 2016 representaban una gran esperanza para la democracia, la oposición unida tenía su fórmula presidencial con Luis Callejas y Violeta Granera antes tenían que superar las trampas del dictador, comenzando con las cédulas de identidad que las maneja de forma partidaria el corrupto Consejo Supremo Electoral, luego la negativa del dictador a los observadores internacionales a los que calificó de sinvergüenza, pero aún con toda esta ventaja el dictador no se sentía seguro y tomó la decisión más absurda, ridículo y antojadiza que ningún dictador de América ha tomado; eliminó la casilla donde correría lo oposición unida que nos llevaría a la democracia y la libertad.

A diferencia de 1984, ahora los partidos satélites del orteguismo están totalmente desprestigiados y por mucho que se esfuerzan no alcanzan la categoría de zancudos, solo la de unos descarados colaboradores, por tanto el dictador correrá solo y ya ganó. Arnoldo Alemán es el único zancudo y el dictador le debe muchos favores, pero a ambos les preocupa los fuertes rumores sobre la posible renuncia de su candidato Maximino Rodríguez que debe participar para limpiar la imagen sucia de la farsa electoral que solo le dejará un curul de diputado junto con el tristemente célebre Wilfredo Navarro y la vergüenza eterna para él y sus futuras generaciones. “Cada quien es dueño de su propio miedo”, decía Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, mientras Simón Bolívar nos recuerda; “cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho”, Maximino puede ser el villano o el héroe de este terrible episodio que estamos sufriendo los nicaragüenses.
Leopoldo Villalta López.

 

Banda de paz y no de guerra
El año 2016 avanza rápidamente y estamos ya cerca de las fiestas patrias. Ya se oyen las llamadas bandas de guerra, que deberían ser bandas de paz.

Desde aquí puedo escuchar los tambores de los muchachos que practican en la plaza de Sutiava, el barrio indígena de León. Pron pron pon pon, Pron pron pon pon, Pron pron pon pon,  los ritmos marciales alientan a marchar a los jóvenes inocentes y aguerridos, a la muerte de un hermano y la propia muerte. Y la lira endulza el mensaje guerrero por un breve momento.

Como militares, milicos decía un buen amigo chileno, marchan. Con todos los artefactos, bandas, quepis, botas, fajas, insignias, banderas, etc. Solo les faltan los fusiles y los cañones apuntando a sus propios hermanos. Sin tomar conciencia de lo que significa, los muchachos marchan enfilados y al ritmo odioso de la guerra.

Casi todo es ajeno y podrido en esos desfiles, que falsamente dicen conmemorar gestas heroicas de nicaragüenses que lucharon por su libertad. El desfile de la patria se convierte en el desfile de los cuerpos y egos de jóvenes luciéndose, con sus pantalones apretados, medias apretadas, minifaldas, maquillaje y vestidos de modas extranjeras.

Solo las oraciones y el folclore, la danza, el ambientalismo y las artes rescatan un poco el contenido de las fiestas de nuestros ancestros heroicos.

Reto a los colegios de Nicaragua a pensar en cómo están celebrando las fiestas patrias y actuar conforme a lo que sus conciencias les diga. Si tan solo un estudiante, un maestro, o un administrador reflexiona, este artículo habrá valido la pena.
Algún día veremos a un colegio de Nicaragua desfilar con una banda de paz, llevando arte, música, danza, y poesía a la comunidad. Llevando un mensaje de paz, amor y respeto a nuestros semejantes.

El mensaje y el cambio de mentalidad son fundamentales para el bienestar de nuestros hijos, nietos y todas las futuras generaciones.
“Conservar es trabajar por lo que debemos dejar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, y a…”
“Conservar es amar”.
César Robelo Callejas.

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