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Carlos Tünnermann Bernheim

Ejercicio responsable de la ciudadanía

La ciudadanía no se agota en el ejercicio del sufragio. No basta con acudir a las urnas el día de las elecciones y depositar el voto por uno u otro candidato. La ciudadanía implica derechos y deberes que van más allá de su ejercicio en los períodos electorales. Es un compromiso constante con el bien común, con el destino de la polis. Exige participación y conciencia crítica frente al acontecer público. De ahí que se hable de una ciudadanía participativa, crítica y responsable, que es el tipo de ciudadano y ciudadana que requieren las sociedades contemporáneas.

El disfrute pleno de la ciudadanía supone un alto nivel de participación en las decisiones públicas, que a todos nos afectan y conciernen. Una ciudadanía practicada de tal forma conlleva el fortalecimiento de la sociedad civil. Solo así es posible hacer del concepto de democracia una realidad existencial, es decir, una democracia como sistema de vida que se manifiesta en el compromiso permanente con la responsabilidad y de la solidaridad social.

El ciudadano moderno puede participar en la vida de la “polis” desde las organizaciones políticas, vale decir los partidos políticos, o desde la sociedad civil organizada, si bien ambas intermediaciones no son excluyentes. Esta vocación de participación, que debe caracterizar la moderna ciudadanía, ha llevado a la revalorización de la sociedad civil, a fin de dar un sentido más organizado a la participación individual o aislada. La sociedad civil ocupa un lugar importante en el tejido y el desempeño social. Numerosas tareas, antes exclusivamente reservadas al Estado, hoy día son asumidas o compartidas por la sociedad civil, y bien hace el Estado en incorporar el esfuerzo de la sociedad civil al logro de los objetivos de la nación.

¿Qué se entiende actualmente por sociedad civil? Hoy día prevalece un criterio amplio, de suerte que la sociedad civil no solo es el mundo de las organizaciones no-gubernamentales ni se reduce al sector empresarial. Es eso y mucho más: las asociaciones de defensa de los derechos humanos, los movimientos sociales, las asociaciones de profesionales, de jóvenes y mujeres, las cívicas e incluso los mismos partidos políticos. En una palabra: todo lo que no es el Estado.

A su vez, un Estado y un sistema de partidos organizado exigen una sociedad civil autónoma y fuerte, es decir, actores sociales dotados de capacidad de acción no dependientes del Estado ni de los partidos.  Si bien los partidos políticos siguen siendo el canal privilegiado de la representación política, ya no tienen el monopolio de esa representación ni la política agota todas las formas de acción colectiva o social.

El debilitamiento de la legitimidad estatal y de la credibilidad de los partidos políticos es una de las razones que explica la relevancia que hoy día adquiere la sociedad civil. De ahí que para un país es saludable que sus ciudadanos, cuando la institucionalidad democrática tiende a debilitarse, se organicen y dispongan a asumir el reto de estar vigilantes ante la problemática nacional, a fin de aportar reflexión, crítica y análisis a la búsqueda de soluciones.

En las circunstancias que actualmente vive Nicaragua, con una tendencia desgraciadamente cada vez más acentuada hacia el caudillismo y la rampante dictadura, es altamente conveniente que, sin detrimento del accionar de las agrupaciones políticas, la sociedad civil se haga presente para contribuir a la solución de los graves problemas que aquejan a la nación nicaragüense.

Estos conceptos de ciudadanía responsable y papel de la sociedad civil en las sociedades contemporáneas, deberían tenerlos presentes los gobernantes, en vez de ver enemigos y conspiradores en todo grupo de ciudadanos que denuncian arbitrariedades, violaciones a los derechos humanos y al Estado de derecho, o advierten sobre el rumbo equivocado en la conducción de los asuntos públicos que a todos nos conciernen.

En estos momentos existe una percepción, cada vez más generalizada, de que el país se está sumergiendo en una crisis muy profunda. Pareciera que el gobernante se empeña en empujar la carreta cada vez más cerca del precipicio. Y lo más trágico es que ve conspiradores y enemigos por todos lados, cuando lo que está cosechando no es más que el producto de sus propios errores y contradicciones.

El autor es jurista y catedrático.

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