Las encuestas favorables al Gobierno aseguran que la mayoría de los nicaragüenses (setenta por ciento o más), quiere votar en la farsa electoral del próximo 6 de noviembre. Pero la verdad es que Daniel Ortega teme a la abstención. Si no fuera así no estaría amenazando con una ley especial para reprimir a quienes llamen a no votar, y con controlar a todos los medios de comunicación —incluyendo las redes sociales y los correos electrónicos— con el mismo propósito represivo.
Cuando las elecciones eran competitivas y las fuerzas democráticas podían participar sin restricciones, a Ortega le convenía la abstención y la promovía. Con un voto orteguista sólido y obediente y un electorado democrático disperso y poco disciplinado, entre más abstención hubiera mayor era el porcentaje de votos para Ortega y su partido. Pero ahora es lo contrario, pues al no haber una elección verdadera sino una farsa electoral con resultados preparados de antemano, la abstención viene a ser una forma de mostrar rechazo a la dictadura.
En el editorial del 2 de agosto recién pasado decíamos que, según los expertos en derecho electoral, existen básicamente tres formas de abstención. Una es la abstención técnica, cuando los ciudadanos no pueden votar por razones ajenas a su voluntad. Otra es la abstención apática, o sea que las personas con derecho de votar no lo hacen simplemente porque no les interesa. Y la tercera es la abstención consciente, como un recurso político de los ciudadanos para demostrar su rechazo al régimen establecido y a un sistema electoral amañado, o porque no se identifican con ninguno de los candidatos, partidos o alianzas que participan en las elecciones.
Esta tercera modalidad de la abstención electoral es la que el orteguismo quiere impedir por medio de la amenaza represiva. Pero no se puede obligar a votar a quienes consideran que no tienen por quién ni por qué hacerlo, después que el mismo régimen le ha quitado el derecho de participar a la verdadera o principal fuerza de oposición. Los ciudadanos no pueden ser forzados a votar en unos comicios en los que no hay partidos ni candidatos que los representen, y mucho menos cuando no hay elección auténtica sino una farsa electoral.
En un caso como este, escribió el doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, “No solo se nos margina de los procesos políticos negándonos el derecho a elegir, a escoger a nuestros gobernantes, sino que además se nos quiere obligar a efectuar un acto positivo (o sea votar en una farsa electoral) a favor de la mentira, para condonar legalmente esa imposición que sufrimos”.
Eso lo expresó el director heroico de LA PRENSA en tiempos de la dictadura dinástica somocista, antes de la farsa electoral del 1 de septiembre de 1974 en la que se reeligió el dictador Anastasio Somoza Debayle. Y es lo mismo que nosotros tenemos que decir ahora, en tiempos de la dictadura dinástica orteguista, antes de la farsa electoral del 6 de noviembre de 2016 en la que se va a reelegir —otra vez— el dictador Daniel Ortega .