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LAPRENSA/ARCHIVO

Funda tu país

Es imperativo saber que llegará un momento que hay que plantearse esa decisión —incluso con el universo en contra— ese reto de encontrarse, de saber de cuál material uno está verdaderamente hecho

Hará ya quince años cuando fui a esperar a un pariente cercano al cruce de Ticuantepe. Venía de Costa Rica donde había vivido por más de una década y algo me decía que su estado de ánimo no era el mejor. Al bajarse del enorme autobús, me entregó una carta en donde en forma lacónica le comunicaban que por razones de “optimización de procesos” estaba despedido. Al terminar de leer la nota le vi a los ojos y los tenía humedecidos.

“Pensé hacer carrera en esa corporación”, me dijo con la voz quebrada; “tenía compromisos financieros y esperanzas, pero imagínate, me despidieron así nomás, ¿cómo voy a reflejar eso en mi currículum?”

No obstante el momento emocional, me dijo con una firmeza que la recuerdo como si ocurrió hoy: “Pero no importa. Este fue el último empleo que tuve, porque ahora voy a poner algo propio, sea como sea; voy a fundar mi propio país, en donde seré el dueño de mi negocio y destino. No le volveré a rendir cuentas a nadie”.

El grado de convicción, y como diría Jean Paul Sartre, lo abrumador de la situación límite ante una angustia por esta su elección, anticipé que el objetivo que se había planteado como norte, inevitablemente habría de alcanzarlo.

A partir de ese momento, ese joven a quien recuerdo siempre en los encuentros esporádicos en que intercambiábamos impresiones, se dedicó a una serie de actividades que alguien con un reputado título profesional habría creído extremas: pasar hacia Costa Rica en condiciones de mucho peligro por los asaltos nocturnos en la frontera, productos para la comunidad nicaragüense; cereales, antojos, queso, encomiendas, etc.

Para complementarse, realizaba actividades en parques de allá y de aquí, cobraba por la redacción de cartas de distinta índole, incluso misivas de amor, para aquellos separados por la cruel distancia, quienes se maravillaban de su facilidad para la redacción capturando el sentido preciso de lo que querían expresar.

Un día, luego de muchos rebotes y experiencias diversas, había ya ahorrado un poco de dinero que le permitió comprar una miniempresa de logística, la cual era solamente un cascajo, un negocio paulatinamente quebrado, una diversión que cierto empresario agrícola le había instalado a su señora para que no se aburriese en su casa.

A pesar de los consejos familiares para que no se embarcara en esa quijotesca aventura, a ese luchador no lo amilanaron, nada pudo frenar su empuje en brindar una atención tan personalizada a los escasos clientes, tanto que estos no creían en que ese cambio estuviera ocurriendo.

Hoy, a esa distancia de años, la persona de quien hablo es un próspero empresario, quien completó un sueño basado en una determinación y perseverancia que rayaba en lo aparentemente irracional, pero al fin y al cabo, su “grit”, su tozudez, su capacidad de retar a un estado de cosas en donde no tener empleo era equivalente a la muerte civil, lo hizo “fundar su propio país”. Vaya mi admiración y respeto a su ejemplo.

No quiero simplificar irresponsablemente la complejidad de establecer uno su propio negocio, porque sé de lo que hablo; de romper con esa condición existencial en donde alguien decide arbitrariamente cuánto ganas y cuán valioso eres como persona, estableciendo absurdamente los límites de tu talento, incluso ante otros individuos.

Es imperativo saber que llegará un momento que hay que plantearse esa decisión —incluso con el universo en contra— ese reto de encontrarse, de saber de cuál material uno está verdaderamente hecho, puesto que el no saberlo, implica una duda existencial que te perseguirá hasta la tumba.
(*)www.noalosaccidentes.wordpress.com

Economía accidente país archivo

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