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LA PRENSA/thinkstockphotos

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Muerte en la terminal del Huembes

Un gesto que superaba el dolor y el sufrimiento expiraba de esa cosa que se vaciaba, gota a gota, sobre el piso de pavimento de la estación de interdepartamentales del Sur.

Un gesto que superaba el dolor y el sufrimiento expiraba de esa cosa que se vaciaba, gota a gota, sobre el piso de pavimento de la estación de interdepartamentales del Sur.

Por su posición, la cabeza parecía de un peso extraordinario para su portador. Recordaba a esos perritos de plástico —producción taiwanesa— cuya cabeza adquiere un movimiento pendular efectuado por el dedo del cliente curioso y risueño. Espesa baba chorreaba de su hocico, entreabierto al mismo ángulo que sus párpados, ambos a su vez imitando la abertura filiforme que se extendía por su lomo y casi llegaba a la cabeza, consecuencia, indudablemente del filo de un machete que cayó sobre el área a gran velocidad.

Ni a trabajadores ni a comerciantes se les veía removidos de su mecánica ordinaria. Los gritos, el correteo y las manos sagaces pasando productos y cogiendo dinero volaban igual que otros días. A momentos hostigaban y exigían, luego se desesperaban y suplicaban.

Tampoco los transeúntes o consumidores se permitían desviarse del objetivo de su trayectoria, a menos que el cuerpo roto se interceptara en ella. Pero aún si surgía un embrionario interés en el individuo, el mismo, era inmediatamente devuelto a su órbita frenética, como halado por una cuerda que tirase de él orientándolo hacia un horizonte inalcanzable.

La escena era demasiado realista y el tiempo muy corto como para incitar a la gente a respirar y navegar en el charco de sangre que caía desde el lomo en cuestión. Quizás presentado a manera de película, la persona dejaría aflorar en si los más humanos sentimientos y “la sangre de cristo”, “válgame dios”, “crueldad”, “barbaridad”. Pero por lo pronto, había que rechazar el asunto.

¿Qué culpa tiene uno? Son realidades que nos toca presenciar. Es un poco de picante añadido a la cacerola en que se prepara el almuerzo de Dios. Uno cumple con su deber diario a como puede… y hasta suficiente tiene uno con lo suyo.

Hubiérase supuesto, no sin lógica, que la mayor fuente de atención para el ser que se desdibujaba del plano material, provendría de un congénere. Más no sucedió así. Una hembra temerosa pasó a su lado, mas atraída por el olor crudo de la carne que por algún nato instinto afectivo. Rodeó el cuerpo sin modificar su ritmo y se limitó a voltear la cabeza agachando la mirada y moviendo un par de veces la nariz.

A juzgar por su estado de desnutrición y hambre crónicas, encontrar comida era su objetivo y fin único. Además no es de exigírsele a esa hembra irracional que socorra a su prójimo o se conduzca según los patrones de su instinto canino, puesto que la vida en la calle, se los habría ya neutralizado y en cambio, la regían ahora las leyes generales del mercado.

Ni el ministerio de salud pública ni la vigilancia del mercado estaban ahí. Solo un panzón desde la ventana de su oficina en el segundo piso tomaba pequeños sorbos de su café y veía la panorámica, pensando en tareas más elevadas que la de ir a recoger los despojos de un perro viejo, que incluso merecía morir así.

Cultura Narrativa Nicaragua archivo

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