25 años después de Hook (1991), una caprichosa secuela de Peter Pan, Steven Spielberg regresa al cine infantil con Mi Buen Amigo Gigante, adaptación de la novela de Roald Dahl. El legendario autor británico no es extraño al cine. Obras como Charlie y la Fábrica de Chocolate, Matilda y El Fantástico Sr. Zorro han encontrado dignas transiciones a la pantalla grande. Puede sumar Mi Buen Amigo Gigante a esa lista.
Sophie (Ruby Barnhill), una niña de 9 años, vive solitaria entre una multitud confinada en un inmenso orfanato. Insomne, una noche sorprende a un gigante anónimo (Mark Rylance) merodeando por la calle. Para no ser descubierto, rapta a Sophie y se la lleva a su mundo. Juntos entablan una curiosa amistad y la identificación se profundiza cuando Sophie descubre que su gigante es un paria. Es el más pequeño de todos, sometido a las burlas y el acoso de feroces gigantes mayores. El “buen amigo gigante” comparte con ella su misión de cosechar sueños y trata de mantenerla a salvo de los genuinos devoradores de niños. La complicidad —y el afán de sobrevivencia— los lleva a urdir un plan.
Spielberg es un maestro del lenguaje visual y explota al máximo las posibilidades abiertas por las premisas de Dahl. Existen tres planos de dimensión, según la estatura de los personajes dominantes: la escala humana que habita Sophie y el mundo de los gigantes, donde B.A.G. es inmenso respecto a la niña, pero pequeño ante los demás gigantes, que empequeñecen aún más a la protagonista. Las diferencias abren un mundo de posibilidades y desafíos, que el director sortea con la claridad de su puesta en escena. En esta era, el cine de acción más comercial ha destruido el sentido de narrativa visual, desestimando la congruencia espacial en favor de la sensación de rapidez. Compare la claridad del movimiento en las escenas de Mi Buen Amigo Gigante con los confusos combates de “Escuadrón Suicida”. En la película de Spielberg, la causa y el efecto de cada movimiento, tienen una claridad asombrosa. Esta cualidad brilla aún más en las secuencias donde personajes de las tres categorías de altura interactúan. Mención aparte merecen los incontables chistes visuales que el director explota, apoyado en las diferencias de tamaño.
Mi Buen Amigo Gigante supone una reunión de Spielberg con la guionista Melissa Mathisson, autora de E.T., uno de sus filmes más populares entre público y crítica. Mathisson entra en sintonía perfecta con la sensibilidad particular de Dahl, siempre dispuesto a invocar los temores que asolan a la infancia. Tome nota de cómo, abrigados por las oscuridad de la noche, Sophie y el gigante se encuentran simbólicamente solos en el mundo. Apartando a la silenciosa guardiana, y un fugaz grupo de borrachos que la niña increpa desde su ventana, son los únicos personajes que vemos durante buena parte del metraje. Esto permite que el vínculo entre ellos sea más fuerte. La capacidad de maravillarse ante los embates de la imaginación no está proscrita. Tome nota también de la secuencia que encuentra a la pareja cazando sueños como si fueran mariposas, en un hermoso paraje nocturno, reflejo del mundo convencional. En un simple movimiento de cámara, Spielberg nos pasa al otro lado del espejo. Es pura magia cinematográfica.
La trama, heredada de Dahl, culmina con un giro que ancla la resolución en una realidad concreta, diferente a la fábula intemporal del inicio. El sentido del humor permite navegar el cambio de registro. Mi Buen Amigo Gigante es una sólida pieza de entretenimiento para toda la familia.