Muchos ciudadanos nicaragüenses que no tienen por quién votar —y tampoco tienen por qué votar, porque lo que habrá el próximo 6 de noviembre será una farsa electoral, no verdaderas elecciones—, temen estar frente a un dilema político importante: ¿Qué será más conveniente? ¿No ir a votar y quedarse en casa, o ir para anular el voto marcando todas las casillas o poniendo expresiones de repudio a la dictadura orteguista y su estafa electoral?
Quienes creen que lo mejor es votar y anular el voto, consideran que si las papeletas de votación quedan en blanco los operadores electorales orteguistas las marcarán a favor del FSLN. Y estiman, además, que la información sobre la suma de los votos nulos demostrará la magnitud del repudio al orteguismo, lo cual no se podría hacer con la simple abstención de votar.
En ambos casos habría la misma abstención electoral, uno quedándose en casa y la otra asistiendo a votar pero anulando el voto. Y en cualquiera de las dos opciones que se escoja, el conteo de las papeletas será irrelevante porque los porcentajes de votación ya están asignados a los que participan en la farsa electoral.
La discusión sobre la mejor manera de mostrar el repudio a la mascarada electoral es comprensible. Entre las personas demócratas siempre hay controversias sobre los temas y problemas de interés común, lo cual es normal porque la diversidad de opiniones y la discrepancia son requisitos indispensables de la democracia.
La sociedad es por su propia composición y naturaleza y por lo tanto no puede haber pensamiento único, ni partido político único o hegemónico, como pretenden imponerlo los caudillos totalitarios y para eso arrebatan los derechos y libertades individuales de los ciudadanos.
Otra cosa es que la democracia, para ser eficiente requiere que además de discutir todo se tomen decisiones mediante un mecanismo que debe de ser igualmente democrático: libertad para proponer y opinar, discusión libre y toma de decisiones de manera voluntaria, ya sea por unanimidad, consenso o mayoría simple o calificada.
Pero en el caso de los ciudadanos que no tendrán por quién votar en la farsa electoral de noviembre no hay nada que resolver, pues tan válido y significativo será abstenerse quedándose en casa como anulando el voto.
Cada ciudadano tiene que decidir libremente cómo abstenerse y mostrar su repudio a la farsa electoral orteguista. Los ciudadanos democráticos conscientes de su responsabilidad cívica, quieren votar y necesitan elegir. Pero eso solo se puede hacer en elecciones verdaderas y por lo tanto competitivas, libres y transparentes, no en simulacros electorales como los que hacía antes el somocismo y hace ahora el orteguismo.
El voto es sagrado. Mediante el voto el ciudadano se conecta con la organización del Estado y el ejercicio del poder público y, por lo consiguiente, se integra con la sociedad política. El voto es la manifestación de confianza de persona a persona y de adhesión del ciudadano a la organización política del Estado.
Por eso el voto no se debe desperdiciar y mucho menos profanarlo en farsas electorales como la que la dictadura orteguista realizará el próximo 6 de noviembre.