Los migrantes de diversos países del Medio Oriente y África, y de Cuba y Haití en la América Latina, son los nuevos “condenados de la tierra”.
Los condenados de la tierra es el título de un libro que fue muy famoso, escrito por el marxista argelino Frantz Fanón y publicado en 1961, que se convirtió en manual de formación ideológica y organización política para todos los movimientos revolucionarios del mundo, incluyendo el FSLN de Nicaragua, cuyos militantes lo estudiaban con fervor casi religioso en sus círculos de estudios, junto con los escritos de Marx, Lenin, Mao, Che Guevara, Harnecker y otros.
Para Fanón, los condenados de la tierra no eran los proletarios de los países capitalistas, como fueron calificados en el himno de la Internacional comunista y del cual tomó la frase para el título de su libro. Para el teórico revolucionario africano, los condenados de la tierra eran los pueblos colonizados y la gente más pobre del planeta, incluyendo a los desclasados que Carlos Marx había definido peyorativamente como el “lumpen proletariado”.
En la actualidad, la etiqueta de condenados de la tierra les cabe sin duda a los migrantes. Independientemente de cuál era su situación económica y social en sus países de origen, todos ellos son migrantes comunes, tratados como parias y “material humano de desecho”, según la expresión del papa Francisco, sobre todo por los gobernantes de algunos países, como Nicaragua, que para mayor escarnio se pone la máscara retórica de “socialista, cristiano y solidario”.
Siendo Nicaragua un país de migrantes, gran exportador de recursos humanos que aportan según el Banco Central más del 9 por ciento del Producto Interno Bruto (302.3 millones de dólares solo en el primer trimestre del presente año), no deberían sus autoridades despreciar y ultrajar a los migrantes que tratan de pasar por el territorio nacional, con rumbo a otra parte donde esperan dejar de ser condenados de la tierra. Por el contrario, deberían acogerlos, ayudarles a seguir su camino hacia el mismo lugar donde muchos nicaragüenses han buscado y encontrado una mejor forma de vida, o al menos trabajo para que sus familiares sobrevivan en Nicaragua. O cuando menos esas autoridades deberían tratar a los migrantes de manera humanitaria.
Pero las autoridades orteguistas que tratan a los migrantes (cubanos, haitianos, africanos, de donde sean), como parias del mundo o condenados de la tierra, no representan el sentimiento nacional. La mayoría de los nicaragüenses son personas de noble corazón, conciencia solidaria y actitud misericordiosa, gente que como en San Juan del Sur ayudan a los migrantes inclusive arriesgándose a ser reprimidas por las autoridades orteguistas.
Esos nicaragüenses actúan como lo pide el papa Francisco, aunque no hayan escuchado lo que él dijera el año pasado en su comparecencia ante las Naciones Unidas: “No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna”, dijo Francisco. Y recordó lo que llamó la regla de oro de la humanidad: “Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes”.