Si efectivamente cada uno de nosotros nace con un propósito, no cabe ninguna duda que Everth Cabrera identificó el suyo, lo aceptó y lo honró con todas sus fuerzas.
Probablemente no exista otra explicación para el salto dado por un chavalo que se negó a ir a la escuela y se dedicó al beisbol, a pesar de unos pronósticos tan desfavorables para el juego.
Pero Cabrera rompió los esquemas. Después de muchas decepciones, recibió una oportunidad y una vez adentro, se empeñó al máximo para trascender y lo consiguió a puro corazón.
Su físico no era atractivo y sus herramientas estaban muy ocultas para ser apreciadas a simple vista, pero le puso empeño y entró a la historia del beisbol.
Y una vez arriba, continuó trabajando duro, hasta convertirse en jugador de todos los días, en un líder de bases robadas y hasta recibió una invitación para el Juego de Estrellas. Todo iba bien.
Pero como dice Jorge Valdano, cuando el talento llega a la cima, ahí lo esperan la vanidad y las distracciones. Y Cabrera, quien siempre había mostrado un buen enfoque, se salió de la ruta.
Ahí quedó claro que la lucha más difícil a la que estamos sometidos es a la que libramos contra nosotros mismos y nuestras debilidades. Everth se distrajo en la cima y se le alteró el orden de sus prioridades.
Ahora ha partido hacia Cuba para rehabilitarse por su adicción a las drogas y quiero pensar que pondrá todo el esfuerzo en recuperarse como lo ha hecho en todo lo que ha emprendido en su vida.
El próximo paso solo con el tiempo lo sabremos, pero antes del pelotero, importa el ser humano y este joven aún tiene mucho que dar. Fue un ejemplo de superación. Ahora necesita volver a serlo.