Hay medios de comunicación, que consecuentes con la línea política y editorial que abrazan, sostienen que el actual proceso electoral es una farsa haciendo causa común con políticos que repiten lo mismo para deslegitimar la decisión del próximo 6 de noviembre.
Al respecto debo reconocer que hay circunstancias eslabonadas que los adversos al partido en el poder han tomado con propósitos mediáticos para imponer que vivimos una farsa electoral, que no hay por quién votar y que lo más sabio y ciudadano es abstenerse.
Entre los estrategas que así piensan resaltan los que ya no tienen la personalidad jurídica del PLI y los que por no observar la disciplina requerida ante quien hoy ostenta los sellos de la bandera roja estrellada, fueron expulsados de sus curules y hoy ni tienen partido y son simples mortales que se quedaron sin Beatriz y sin retrato por no prever lo que venía aunque fuese del tamaño del Momotombo.
Debo respetar a quienes así piensan, incluso a los que sin tener partido juran hasta con los dedos de los pies que siguen siendo candidatos, aunque sus simpatizantes no tengan capacidad ni para ocupar la acera de sus propias casas. Sin embargo, y más allá de los criterios de cada quien, me llama la atención que todo este asunto no era una farsa hasta antes que los sellos del PLI volvieran a sus legítimas manos.
En política no hay sorpresas sino sorprendidos y los aprendices de esta ciencia, que malgastaron su tiempo vendiéndose como oposición, deberían calcular a futuro el peso de sus mentiras pues son ellas, y no la dictadura que dicen existe, la causa de su apocalíptica derrota.
Hay quienes, frente a los medios de comunicación, se empinan histriónicamente para que los vean, lean y escuchen como los valientes que dicen ser y después de despotricar contra su otro correligionario “demócrata” y proclamar con absolutismo que son los auténticos opositores, y que los demás son zancudos vendidos, se van a sus casas o a la cantinas a comentar con otros zorros del mimo piñal el gran análisis que hicieron aunque este en realidad haya sido una monstruosa estupidez en grado de gran bestialidad. En esencia mucho de esto es la farsa que representa a los que se autollaman “opositores”.
La Corte Suprema de Justicia no quitó el PLI a quien nunca lo tuvo; lo que hizo fue ponerlo en las manos legítimas y solo después de varios años de esperar a que quienes se lo disputaban se pusieran de acuerdo. El Frente Sandinista no decapitó a los diputados de Eduardo Montealegre, es Pedro Reyes, a quien los soberbios llamaban “payaso” y que después de tres intentos para que fuera atendido por la ahora desaparecida Bapli, quien mandó una carta al CSE para que ante el desacato a su autoridad los suplentes de los rebeldes sin causa asumieran y eso nada tiene que ver con ningún golpe de Estado.
Una cosa es que sus odios los hayan llevado al suicidio y otra que los nicaragüenses tengamos que seguirlos al abismo solo porque ellos decidieron lanzarse al vacío. Una cosa es que jamás tuvieron propuestas, organización, estructuras, financiamiento, liderazgo, seriedad, coherencia, respeto y padrinos internacionales y otra que nos pinten que después de ellos el fin del mundo porque eso es falso de toda falsedad y aquí como popularmente se dice nadie se chupa el dedo.
Esos que ya no pintan son el resultado de sus propios errores y mal hacen en eximirse de ellos y trasladarlos a quienes después de hacerles ver el mal camino que decidieron andar, hoy venimos de vuelta a la par de la razón que siempre nos asistió.
El autor es periodista liberal.