Este domingo se cumple el 15 aniversario de los ataques contra las Torres Gemelas de Nueva York, y el Pentágono en Washington, perpetrados por una banda de terroristas islamistas que mataron a más de 2,900 personas y causaron heridas a otras tres mil.
Los ataques del 11 de septiembre de 2001 han sido los más espectaculares y mortíferos ejecutados contra Estados Unidos y el mundo, desde que el terrorismo islamista declaró la nueva guerra total contra la civilización occidental y sus valores de la libertad, instituciones de la democracia, creencias cristianas y derecho de libertad religiosa.
Los que en Occidente apoyan solapadamente al terrorismo islamista , tratan de confundir a la gente difundiendo la idea de que los mismos gobernantes de Estados Unidos y las democracias de Europa, son culpables de los ataques islamistas, por sus políticas exteriores antiguas y actuales. Algunos llegan al ridículo de asegurar que la tragedia de las Torres Gemelas fue planeada por los mismos Estados Unidos, a fin de justificar la guerra que desatarían en Oriente Medio para apoderarse de su petróleo.
Esta es una antigua perversión política, gastada pero siempre repetida, de culpar a las víctimas por los crímenes de sus victimarios. Así lo hacían los nazis, quienes decían que los judíos eran culpables de su exterminación por pertenecer a una raza inferior y degenerada.
Sin embargo, a pesar de sus ataques arteros y despiadados, y de las campañas confusionistas de sus simpatizantes en Occidente, el terrorismo islamista no ha podido lograr su objetivo de poner de rodillas a las naciones democráticas y avanzar en su objetivo de imponer un califato musulmán medieval en el mundo.
En lo que sí ha tenido éxito, el terrorismo islamista, es en forzar a las democracias occidentales a implementar severas medidas de seguridad que afectan libertades y derechos de las personas. Se conoce que entre libertad y seguridad siempre ha habido tensiones —porque la gente quiere ser libre pero también vivir segura—, sin embargo esa tensión ha llegado ahora a situaciones críticas, pues los ataques del terrorismo islamista contra multitudes de personas inocentes e indefensas, obligan a tomar drásticas medidas de prevención.
A pesar de eso, el enfrentamiento al terrorismo no justifica la limitación de derechos y libertades individuales esenciales cuando no es absolutamente indispensable. Ni se debe permitir que gobiernos que no son democráticos pero fingen serlo, aprovechen la necesidad de seguridad para justificar sus acciones represivas de índole dictatorial. Como ocurre en Nicaragua, donde, con el pretexto de contribuir a la lucha internacional contra el terrorismo y poner muros de contención al crimen organizado, se está apuntalando un Estado policiaco que restringe derechos y libertades hasta de peregrinos y misioneros religiosos.
La guerra desatada por el terrorismo islamista contra Occidente, ha cambiado muchas cosas en el mundo. Pero no tiene porqué debilitar y mucho menos hacer que desaparezcan los valores de la libertad y la democracia, pilares del mundo occidental del que también forma parte Nicaragua, aunque a veces no lo parezca.