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Límites legales vs. límites morales

Estas situaciones son un producto del diametral divorcio entre valores y estrategia comercial, cuando los supuestos fundamentos morales que no estarían supuestos a cambiar, no son traducidos en comportamientos definidos y sus auditorías específicas, desde la presidencia ejecutiva hasta el guarda de seguridad contratado.

El megaescándalo que para el banco Wells Fargo en EE. UU., en este momento se encuentra en su fase “fluida”, como dicen los medios internacionales al poner de moda palabrejas, contiene reflexiones a ser evaluadas –por si localmente– están ya aquí institucionalizadas.

Dicha coyuntura surgió al haber esa institución, su personal y directivos, diseñado un mecanismo en el que principalmente, con el supuesto fin de alcanzar metas muy agresivas de ventas y bonos anuales, se crearon sin autorización de los clientes más de dos millones de cuentas falsas que implicaban la imposición a estos de tarjetas de débito y crédito que tampoco habían solicitado, pero que por legítimo arte de magia, sí les cargaban allí erogaciones de diversa índole (ficticias totalmente) cumpliendo así con esa disposición de “imparable” crecimiento comercial.

Voceros de ese proverbial banco, que por cierto invierte sumas estratosféricas en proyectarse como una institución clientocéntrica (que supuestamente mima a sus clientes, que piensa como ellos y sacraliza una supuesta lealtad de sus usuarios) dicen haber despedido ya a más de cinco mil empleados por dicha situación, y que le ha causado ya 185 millones de dólares en multas, las cuales son apenas un detalle al pie por su microscopía, cuando se compara con sus utilidades anuales, de 20 mil millones de dólares, un risible 0.9 por ciento.

Como en todo lo que acontece en el gran país del norte, el caso tiene ribetes de reality show, o más bien, de telenovela, en donde la ejecutiva a quien atribuyen —convenientemente ahora– el esquema de ordeñamiento lechero de los clientes, se está retirando pomposamente con una bolsa de apenas 125 millones de dólares, entre relucientes billetes verdes y dorados títulos valores. El op-ed (posición o comentario) del banco sobre su retiro, cuestiona frontalmente la sanidad mental de sus ejecutivos, al ser una evidencia de bipolaridad en grado superlativo.

La parte que me interesa abordar desde la perspectiva declarada de esta columna que pretende destacar la verdadera competitividad empresarial, es que estas situaciones son un producto del diametral divorcio entre valores y estrategia comercial, cuando los supuestos fundamentos morales que no estarían supuestos a cambiar, no son traducidos en comportamientos definidos y sus auditorías específicas, desde la presidencia ejecutiva hasta el guarda de seguridad contratado.

Es obvio que estas situaciones no solamente le ocurren a una reverenciada institución fundada en 1929 —en plena Gran Depresión— y que adicionalmente sea un ícono del espíritu empresarial capitalista, sino que hay que documentar suficientemente el ejemplo para determinar si esos mismos esquemas son aquí “prácticas normales”, en donde la regulación sobre este tipo de situaciones tiene la misma importancia que el resultado de una partida de naipes en un barrio popular.

Pienso positivamente que los bancos son instituciones imprescindibles, no obstante, se les deben establecer no solamente vigorosos límites legales, sino que más importante, aunque suene ingenuo, deben autoimponerse claros límites morales.

En la realidad del negocio bancario, la intencionalidad manifiesta de venderle a los clientes diferentes “productos financieros” es comprensible, no obstante, es inaceptable que esa intencionalidad se traduzca en imposiciones inmorales de los llamados “contratos de adhesión” donde se obliga, por ejemplo, a la apertura de una cuenta de ahorro o cualquier otro instrumento, lo cual es técnicamente el predicamento expuesto.

La parte humorística de la situación es la comedia montada por el propio banco, señalando que están lidiando con “un problema mayor que ellos”, puesto que “hay temas culturales con los mecanismos de rendición de cuentas”, como si eso fuese una excusa para su responsabilidad, la cual no tendría la mayor relevancia si no fuese por su ahora desnuda hipocresía de clase mundial.

(*) [email protected]

Economía Carlos R. Flores Competitividad Empresarial archivo

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