El próximo lunes se llevará a efecto el evento más esperado de la campaña electoral de los Estados Unidos (EE.UU.) después de las convenciones de cada partido, como es el debate televisado entre los dos candidatos. Se espera que dicho evento sea visto por unos doscientos millones de personas, cantidad mucho mayor a la que ven el Super Bowl americano.
Todos están pendientes de ver cuál de los dos contendientes saldrá victorioso. Si Trump, que cuenta con una capacidad histriónica y que se ha convertido en el showman más exitoso de los últimos tiempos en ese país, y que con frases muy sencillas y muchas veces disparatadas y desarticuladas ha logrado robarse el corazón de la resentida clase media baja blanca trabajadora; o la sofisticada graduada de Yale, experimentada ex primera dama, exsenadora por Nueva York y ex secretaria de Estado, la señora Clinton.
Cada uno tiene su lado débil. Trump como lo señalaba el New York Times esta semana en su editorial, El señor Trump y su estúpida excusa sobre los impuestos: “Resulta raro que el señor Trump, que demandó prueba en papel de que el presidente Obama había nacido en los Estados Unidos (EE. UU.), pueda esperar que los votantes crean en sus propios clamores acerca de sus sucesos comerciales, sus manejos con sus socios económicos, sobre lo que ha dado en caridad y otras materias financieras que podrían crear conflicto con sus deber si es electo presidente. Su declaración de impuesto es el único documento que conclusivamente corroboraría o desaprobaría sus declaraciones y ayudaría a aclarar acerca de un posible conflicto de intereses”.
En el caso de Clinton, sorprendentemente hemos descubierto de una encuesta llevada a cabo conjuntamente entre Gallup, la Universidad de Michigan y mi alma mater, Universidad de Georgetown: que la mayoría de los norteamericanos consecutivamente han leído y oído acerca de ella sobre el problema del manejo de sus correos electrónicos cuando fuese secretaria de Estado en la primera administración de Obama. En las últimas diez semanas “los correos electrónicos” de ella han sido la más frecuente frase nombrada, en la prensa norteamericana, lo que significa que no ha podido superar ese lastre.
Otro de los temas interesantes que se plantearan es el “combate al terrorismo”, mMáxime habiendo ocurrido recientemente en Nueva York y Nueva Jersey un atentado terrorista provocado por un joven de origen islámico pero criado en los EE. UU.
Cuando uno lee y oye a Trump, la impresión que da es que su mensaje está dirigido a crear una sociedad norteamericana compuesta por enormes “guetos”, en donde las minorías (afroamericanas, hispanas, islámicas, etc.) vivan en una constante guerra de religiones o de culturas y que la raza blanca predomine.
Retórica altamente peligrosa, ya que debe de recordarse que en la historia de la humanidad una de las guerras más explosivas y sangrientas han sido las famosas guerras religiosas en Europa, ocurridas desde 1524 hasta 1697, luego del comienzo de la Reforma protestante.
Tampoco se nos puede olvidar que la Segunda Guerra Mundial y sus horrores empezaron en la famosa “Noche de los Cristales Rotos” (en alemán: Kristallnacht o Novemberpogrome) y que consistió en una serie de linchamientos y ataques combinados ocurridos en la Alemania nazi (comprendiendo Austria también) durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 y llevado a cabo contra ciudadanos judíos por las tropas de asalto del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán.
¡Ojalá el debate se mantenga en un nivel de altura y se discutan temas de fondo, como se lo merece esa gran nación!
El autor es abogado.