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Jesús, vida

Sin solidaridad no hay fe

La vida solo tiene sentido cuando se vive con los demás y para los demás. Estamos hechos para la comunión.

Hay cosas que la gente no gusta escuchar, o se hace el desentendido y hasta le ofende, como dice el papa Francisco: “Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia”.

Cuando leo la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro sigue siendo hoy día una realidad palpable a nivel personal, social, nacional y mundial porque aún no queremos darnos cuenta de que al lado nuestro hay otros seres humanos con nuestra misma dignidad que merecen, por tanto, vivir también con dignidad como nosotros.

La parábola de Jesús no tiene como finalidad el hablarnos de una salvación o condenación eternas en el más allá. Viene a hablarnos del hoy porque es en el hoy, cuando nos salvamos o condenamos. No tenemos que esperar al fin del mundo para que el hombre llegue al fracaso o a la victoria de su vida.

La parábola es una proclama a favor de la solidaridad, valor imprescindible para que se pueda construir un mundo humano en el que todos puedan también vivir como humanos. Es necesario que nos demos cuenta que la idolatría del YO nos destruye; solo nos salva la solidaridad.

La vida no nos la podemos plantear “sin los demás”. Eso sería: encerrarnos en una soledad, renegar de nuestra propia identidad como seres humanos, que es ser con los demás y para los demás.

Dios no quiere que el hombre se encierre en su soledad egoísta, como le pasaba al rico epulón que, mientras el pobre Lázaro moría de hambre (Lc. 16, 20-21), él banqueteaba espléndidamente (Lc. 16, 19).

La vida solo tiene sentido cuando se vive con los demás y para los demás. Estamos hechos para la comunión.

Por eso, la solidaridad solo será una realidad, cuando empecemos a darnos cuenta de que la humanidad es una. A partir de entonces es, cuando empezaremos también a darnos cuenta: De que el otro no puede serme ajeno porque tiene mi misma dignidad y se merece vivir con dignidad como yo.

De que mi pan sobrante es el que le falta al que está a mi lado o lejos de mí y debo empezar a compartirlo para que todos puedan comer.

La solidaridad no se puede dar la mano: con el egoísmo, la violencia y el terror, con la diferencias o xenofobias, con los fanatismos o la intolerancia, con la indiferencia ante la necesidad y el hambre del otro.

El gran tesoro a descubrir todavía en el siglo XXI es el valor solidaridad. Sin solidaridad es imposible la fe. Nuestra fe nos obliga a estar más cerca del Dios de los hombres que del Dios de las estrellas (Mt. 25, 31-46).

El problema que nos plantea Jesús en la parábola es bien claro: O nos salvamos siendo solidarios o nos condenamos siendo solitarios. Solo la solidaridad nos salva, el egoísmo nos destruye.

Religión y Fe Fe solidaridad archivo

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