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Caminante no hay camino…

A través de su poema, Antonio Machado enseña el esencial desafío que encuentra el ser humano y la sociedad de construir su propio sendero en la acción

A través de su poema, Antonio Machado enseña el esencial desafío que encuentra el ser humano y la sociedad de construir su propio sendero en la acción, pues como lo advierte en la magia de las palabras y profundidad de las ideas, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

Si aplicamos la sabiduría filosófica  del poema al drama histórico que vive Nicaragua, percibimos de inmediato el desafío que enfrenta nuestro país de construir su propio y verdadero camino mediante la acción, es decir, caminando y construyendo al caminar, rectificando lo hecho y reorientando el sentido y dirección de su actuar hacia un horizonte  en el que se perfile una sociedad fundada en la libertad y la justicia.

El drama histórico de Nicaragua surge de la división inicial ocurrida en los orígenes del Estado-nación, entre un mundo aparente dibujado en la Constitución y  el sistema jurídico, y un mundo real existente en el quehacer político, económico y social. Mientras la Constitución y el sistema jurídico presentan un mundo basado en los derechos y garantías fundamentales de la persona y el ciudadano y en la configuración de los mecanismos orientados a establecer los límites al poder del Estado, la realidad política, económica y social responde a los intereses de los sectores dominantes que dicen lo que no hacen para hacer lo que no dicen.

Esta fragmentación inicial que en general incidió en los países de América Latina, guardando las diferencias a partir de las situaciones específicas de cada uno de ellos, en al caso de Nicaragua ha devenido una característica que afecta a los sectores políticos, económicos, sociales, profesionales, lo que impide no solo realizar un proyecto de nación, sino configurar una sociedad como tal, para lo que se requiere un común denominador de valores y principios.

La división ha devenido parte de la realidad nicaragüense. En el momento actual y frente a las elecciones del mes de noviembre, los grupos políticos de la oposición, a los cuales el poder ha golpeado y tratado de anular, se encuentran fragmentados y en algunos casos confrontados, llegando esta situación al extremo de que hasta a lo interno de un mismo grupo, la Coalición Nacional por la Democracia, que representaba, dentro de sus limitaciones y debilidades, la expresión más unitaria y coherente, se ha producido una división reciente, acentuando la configuración  de la oposición en una serie de fragmentos contrapuestos.

Si tuviéramos que valorar nuestra realidad política por lo que vemos todos los días, deberíamos extraer como conclusión la existencia de dos conductas que se alternan o coinciden a veces: la una de supervivencia y la otra de polarización.

Vivimos en una sociedad dividida, sin vasos comunicantes y sin capilaridad. Una sociedad compartimentada y a la vez agrupada en sus respectivos sectores, más por intereses que por ideas comunes y confrontada en un esfuerzo cotidiano de descalificación recíproca.

Un país que se sumerge en la indiferencia o en la descalificación, es un país cuya salud está deteriorada. Es ante esa situación donde debemos hacer un esfuerzo para aportar las alternativas que ayuden a superarla y a conducirla a un plano de coincidencias mínimas en donde los nicaragüenses podamos encontrarnos.

¿Qué hacer frente a esta circunstancia? Pienso, y lo reitero, que el objetivo del nicaragüense ha de ser el de buscar la unidad en la diversidad. Esto quiere decir que cada uno, sin renunciar a su pensamiento y posiciones ideológicas y políticas, debe tolerar las ideas de los demás. No se trata de lograr una paz por claudicaciones, sino de reafirmar nuestros puntos de vista y luchar por ellos, pero también de asumir que otras personas o grupos pueden pensar diferente con el mismo derecho de expresar y defender sus ideas.

Si las partes contrapuestas asumen ese principio, el diálogo es posible; diálogo posible para llegar al consenso sobre algunas cosas y mantener la diferencia sobre otras, pero que permitiría también alcanzar la síntesis de posiciones distintas.
Eso permite enriquecer nuestro patrimonio moral y fortalecer algunas actitudes ausentes, como la firmeza, que no es la intolerancia; la flexibilidad, la racionalidad, la libertad, la paz y la democracia. Una educación sistemática en los centros educativos de todos los niveles, y en los mismos medios de comunicación, es imprescindible para reconstruir la sociedad nicaragüense desde esa perspectiva.

Estamos viviendo una época de descalificación del adversario, de rechazo a debatir ideas, de ausencia de pensamiento crítico, porque no se debate, se insulta; no se discute, se descalifica. Somos un país de epitafios morales en el que se destruye con frases lapidarias.

Se necesita establecer el diálogo como un mecanismo civilizado para resolver las controversias, diseñar las estrategias y políticas nacionales y construir las bases del nuevo Estado-nación nicaragüense. Un diálogo que sea compromiso serio con la democracia y el destino del país y que esté más allá de las habilidades requeridas para obtener ventajas coyunturales, o de la intransigencia política que descalifica y trata de destruir todo aquello que no proviene de sus capillas partidarias.

Es fundamental hacer un alto en el camino para construir los vasos comunicantes que no existen. Ni confrontación ciega e irracional, ni claudicación, pues se trata de encontrar el punto justo en el cual se pueda disentir dialogando. Pensar distinto no es un delito, es una característica del ser humano. Disentir no es hacerse acreedor de la descalificación y sepultura moral. Hay que luchar por una sociedad unida pero no uniformada, pues como enseña Octavio Paz, la unidad no es la uniformidad, y en ese sentido no queremos un pensamiento homogéneo que “uniforma sin unir”, sino un pensamiento y una actitud plural que “una sin uniformar”.

Hay que aceptar que existen diferencias y distintos puntos de vista; ello no solo es normal sino necesario. Es deplorable que en una sociedad  todos piensen lo mismo. Si el derecho a la igualdad ante la injusticia y la desigualdad fue una conquista de la Revolución Francesa  en el siglo XVIII, el derecho a la diferencia, frente a la uniformidad, que no es igualdad sino sometimiento y que se impone o se trata de imponer desde el poder, tiene que ser una conquista de la revolución moral en nuestro tiempo.

El primer reto que tenemos los nicaragüenses es el de encontrar los puntos de coincidencia. ¿Nos hemos preguntado alguna vez qué nos une por encima de lo que nos separa? ¿Cuál puede ser la plataforma común? ¿En qué puntos, a pesar de las diferencias políticas, ideológicas, partidarias o religiosas, podemos decir que hay una comunidad de valores para reconstruir el país?

Me parece, y sin pretender dar fórmulas, que habría que reafirmar nuestros valores culturales, recuperar las raíces históricas, y consolidar una ética sobre la cual se sustente el quehacer político, pues la democracia, como dice José Luis Aranguren, más que un sistema político es un sistema de valores.
Creo que ese es el camino que habría que construir al andar.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

Columna del día Nicaragua política sociedad archivo

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