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Edmundo Jarquín

La oportunidad perdida

La semana pasada anuncié que este lunes 3 de octubre estaríamos presentando el libro titulado El régimen de Ortega. ¿Una nueva dictadura familiar en el continente? Del libro somos responsables siete coautores, de diferentes procedencias profesionales y políticas, pero con un hilo conductor que todos compartimos: explicar la naturaleza del régimen de Ortega, desde la perspectiva política y la decidida voluntad de lucha para cambiarlo.

Iremos, desde luego, a presentarlo a los diferentes departamentos del país, e inmediatamente después del acto en Managua se han organizado presentaciones en Argentina, Uruguay, Perú, Chile, México y España, y se están organizando en los países centroamericanos y en Ecuador y Venezuela, igual que en el Diálogo Interamericano en Washington, a finales de octubre.

En la introducción del libro anotamos: “Daniel Ortega ha consolidado un poder personal y familiar, como nadie antes en la historia moderna de Nicaragua, incluidos los Somoza. Ha constituido un régimen sultanístico, en que la voluntad e intereses del sultán se confunden con los del Estado… A la vez Ortega ha desperdiciado una singular oportunidad para impulsar el desarrollo económico y consolidar las posibilidades de relevo político pacífico y democrático, en el segundo país más pobre de América Latina, y uno de los que tiene menos tradición democrática…”

Quisiera, en esta ocasión, comentar una idea ampliamente desarrollada en el libro: Ortega no solamente ha cerrado los espacios democráticos, sino que ha desperdiciado una oportunidad inigualable para impulsar el desarrollo de Nicaragua.

En efecto, la información estadística más verificable demuestra que no es cierta la afirmación, tan frecuente en voceros oficiales y no oficiales del Gobierno, de que se ha avanzado en la agenda económica.

Claro, sobre la base de las expectativas tan negativas que había cuando Ortega “ganó” las elecciones hace diez años, su gobierno ha avanzado la agenda económica. Pero no es el caso comparar los resultados de su gestión económica con esas expectativas negativas, o con los años ochenta, sino preguntarse si con las condiciones extremadamente favorables que ha tenido su gobierno los resultados podrían o no haber sido mejores. Y la respuesta es categórica: los resultados podrían haber sido mucho mejores.

Recordemos lo siguiente:
Su gobierno se inició sin déficit fiscal, y por el contrario heredó un superávit primario.
Con la drástica reducción de la deuda externa gestionada en los tres gobiernos anteriores, y por tanto el modesto pago de la misma que Ortega heredó, y los flujos de financiamiento recibidos de los organismos financieros internacionales y de Venezuela, Nicaragua ha tenido de lejos en los últimos diez años la mayor cooperación externa per cápita de América Latina y, también de lejos, una de las más altas del mundo.

Durante la mitad o más de los años en que Ortega ha gobernado, Nicaragua ha tenido un boom sincronizado, por primera vez en la historia económica del país, de los precios de todos los productos de exportación.

Y las remesas de los emigrados han crecido notablemente (más del 70 por ciento).
En esas condiciones tan extraordinariamente positivas, ¿no deberíamos haber crecido sustancialmente más, y haber removido algunos de los obstáculos estructurales al desarrollo?

Esta semana se dio a conocer el Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial, y Nicaragua aparece en la posición 103 de 138 países evaluados. Para que entendamos lo que eso significa, Costa Rica ocupa la posición 54, y Panamá aún mejor.

¿En diez años, y con las condiciones tan positivas que ha tenido la economía, no es para que Nicaragua haya mejorado sustancialmente su posición en el Índice Global de Competitividad? Entonces, dónde está el éxito económico de Ortega, como bien se pregunta Enrique Sáenz, uno de los coautores del libro que mencionamos, en el capítulo que escribió.

Al ver los diferentes componentes del Índice Global de Competitividad, resulta que mientras en el ambiente macroeconómico

Nicaragua ocupa la posición 56, en materia de instituciones se cae a la posición 122, todo entre 138 países. Es decir, aprobados en macroeconomía, desaprobados en política, y como consecuencia desaprobados en competitividad que es uno de los motores fundamentales del crecimiento.
En definitiva, el gobierno de Ortega al ser una oportunidad perdida en la política ha sido también una oportunidad perdida en la economía.

El autor fue candidato a la Vicepresidencia de Nicaragua.

Opinión Costa Rica Daniel Ortega Ecuador México archivo
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