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Luis Rocha Urtecho

Fernando Silva: de tierra, agua y cielo

El primero  de octubre de 2016, se dice  que falleció mi compadre Fernando Silva. Yo lo que veo es un hombre que quería seguir navegando, agua arriba, recuperando su infancia en El Castillo y en todo el Río San Juan, viendo a lo lejos a su padre, “El Comandante” Chico Silva, y después de acumular recuerdos de toda esa inmemorial e imperecedera literatura de la que fue creador y que con justicia le da un privilegiado lugar como uno de los más importantes narradores y poetas de la literatura centroamericana, emprender el viaje que ya tanto deseaba en los últimos años, hacia su eternidad: su mujer Gertrudis.

Nos deja una impresionante bibliografía entre novelas, cuentos, poemas, ensayos, diccionarios y, excelentes pinturas con las que él gustaba  ilustrar muchos de sus libros. Humanista y filántropo ejerció con ahínco y conocimiento la medicina, y sobre todo su especialidad en pediatría, con una auténtica vocación de servicio. Son innumerables los testimonios de la entrega a sus semejantes, con que actuó en sus tiempos de médico (con verdadero juramento hipocrático) no únicamente en clínicas y hospitales, sino en los diferentes consultorios que tuvo en diferentes puntos de la capital, donde los pudientes sabían que lo que pagaban no era otra cosa, en muchos casos, que la donación que hacían para que los que no podían pagar pudieran comprar sus medicamentos.

Lo veo hoy, y así quiero recordarlo, o imaginarlo, montado en su bote, solo el, o guiado por “el hombre del sombrerote”, o recordar al niño Silva tirando el anzuelo por la borda, con la seguridad de que con corazón de res es mejor la carnada, y pasar silbando por los raudales de “El Castillo”, con los mismos silbidos con que hace años dijo que lo haría y lo hizo, entró a la Academia Nicaragüense de la Lengua, haciendo un hilarante recorrido por los apodos nicaragüenses.

Ya escribí en una ocasión que el final de su novela La foto de familia, es muy reveladora de cuanto ha venido sucediendo. Cuando Gertrudis se le acerca para preguntarle qué está escribiendo, Fernando le responde que sus memorias: —¿Tus memorias? —me preguntó ella con esa su gracia natural que ella tiene—. Sí —le volví a decir—, aquí tengo yo todo  de lo que ahora me quiero acordar. Gertrudis se me acercó un poquito más, y poniendo una de sus manos sobre la rodilla de Fernando Antonio, que estaba allí, sentadito, feliz, me dijo ella sonriendo:
—¿Y te acordás de mí?

Me consta que jamás la olvidó. Es más, diría yo que después que Gertrudis partió —los hombres siempre esperamos en ser los primeros en abordar el barco de la pareja humana— Fernando se quedó anclado, en ese puerto de la espera, deseando partir, y me lo dijo varias veces, que ya nada estaba haciendo aquí, y se impacientaba al decirlo clamando a Dios, como si de esa manera llegaría un salvador pitazo de partida y el llamado a abordar un barco o un bote que llevara al hombre más nicaragüense del mundo hacia un encuentro deseado con todo su espíritu.

Cuando depositamos los restos de Gertrudis en su bóveda, en el cementerio de Granada, Fernando dijo una frase que desde hoy ya no me estremece como en aquel momento: “Es como si me hubieran dado un latigazo en el alma”. Esa figura de lo material de un látigo causando dolor hasta en lo inmaterial, que es el alma, lo dice todo. Trasciende, hoy, lo material e  inmaterial del ser humano, y significa que el viaje hacia la paz ha comenzado, y que la espera ha terminado.

El autor es escritor.

Opinión Fernando Silva Luis Rocha Opinion archivo
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