Ayer quedó constituido de manera oficial el Frente Amplio por la Democracia (FAD), que tendrá su presentación popular este sábado en Matiguás, y el domingo en Somoto, con sendas manifestaciones en las cuales se repudiará la farsa electoral del 6 de noviembre próximo y se presentarán los objetivos estratégicos de la alianza opositora.
El Frente Amplio incluye a partidos políticos que pertenecían a la Coalición Nacional por la Democracia, así como a organizaciones de la sociedad civil. No participan en la nueva alianza opositora, el PLI que dirigía Eduardo Montealegre —y ahora se llama Ciudadanos por la Libertad— y otros grupos que siguen levantando la bandera de la Coalición Nacional por la Democracia.
Prácticamente la oposición se ha separado en dos bandos, aunque en el discurso siguen teniendo iguales objetivos. De manera que podrán coincidir en acciones políticas comunes y en el momento apropiado formar la gran alianza nacional que hará falta para derrotar a la dictadura orteguista y restablecer la democracia.
La oposición ha sido diezmada por la dictadura orteguista y lo que resta de ella está débil, dispersa y dividida. Esto es un hecho real y evidente que no se puede ni se debe negar. Por el contrario, es necesario reconocerlo para tener conciencia de la realidad y superar esta mala situación.
La debilidad, fragmentación y división de la oposición no tiene por qué ser motivo de vergüenza. Esta es una situación usual en los países dominados por dictaduras, que entre más totalitarias son peor es la suerte de los disidentes y grupos opositores. Así es en Cuba, Rusia, China, Corea del Norte y otros Estados donde, en mayor o menor grado, no hay libertad ni democracia ni se respetan los derechos humanos. Sin embargo hay excepciones como Venezuela donde la oposición está unida y es fuerte y beligerante.
Pero, excepciones aparte, la experiencia histórica enseña que la alianza de partidos y grupos heterogéneos y dispersos es necesaria y posible en todas partes donde imperan regímenes que atropellan las libertades, irrespetan las instituciones y, como en Nicaragua, no permiten elecciones libres sino que montan farsas electorales.
Vaclav Havel, el emblemático disidente de la Checoslovaquia totalitaria que lideró un triunfante movimiento cívico de oposición, hasta llegar a ser presidente de la nueva república democrática, explicó en su libro de memorias que con un solo objetivo común se puede propiciar la unidad de la oposición: “Era fascinante —dice Havel— comprobar que la existencia de un enemigo común y de un programa antitotalitario común basado en la idea de los Derechos Humanos, hacía que en cuestiones básicas concretas todos tiraran de la misma cuerda”.
En Nicaragua, otro visionario político republicano y apóstol de la unidad opositora democrática, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, advirtió que los nicaragüenses que quieren la democracia no pueden dejar de juntarse, “para hacer una causa común contra lo que nos daña a todos, no solo individualmente considerados, sino en función de comunidad”. El Mártir de las Libertades Públicas lo dijo en la época de la dictadura somocista y es válido también ahora, en tiempos de la dictadura orteguista.