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Mi vida de payaso

¿Cómo vive un payaso? Domingo reconstruye, a través de historias, la vida de estos profesionales de la risa que, a veces, dan miedo

El sol inclemente de la 1:00 de la tarde lo empuja a buscar refugio en una parada de buses. Mientras cuenta las pocas monedas que se ha ganado durante el día, José David Scott, o mejor dicho el payaso Pío Pío, espera sentado su próximo escenario ambulante. Lleva puesto un sombrero rayado y prieto que se prensa detrás de las orejas; una camisa celeste, zapatos deportivos y un short rojo con parches de muñequitos que él mismo se dio a hacer.

Hoy dejó ver su piel morena. El tradicional frasco de tinte blanco con el que se pinta la cara lo tenía otro compañero de oficio. Con los otros pocos colores que él tenía se pintó unos círculos anaranjados improvisados —que no le hacen nada de justicia a la geometría— y salió a trabajar. Con suerte hará unos 350 córdobas; sin esta, probablemente se regrese a casa con las pocas monedas que lleva en la mano. Scott tiene 17 años y de estos ha dedicado dos y medio a ser payaso de bus.

En las últimas semanas en Estados Unidos, Canadá y algunos sitios de Europa decenas de payasos macabros se han tomado como tarea asustar a cualquier persona que se encuentre en un lugar solitario. La crisis ha puesto el oficio sobre la mesa y Revista Domingo le cuenta, a través de las historias de quienes viven de esto, cómo es ser payaso en Nicaragua.

NECESIDAD Y VOCACIÓN

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José David Scott hace de payaso en los buses desde hace dos años y medio. LAPRENSA/O. NAVARRETE.

Don Oscar Morán, de 47 años, siempre quiso una empresa familiar. Tuvo un cíber, una pulpería, compró un taxi, trabajó en el departamento de circulación de un periódico, pero no, aquello no era lo suyo. Se quedó sin trabajo y cuando fue a buscar le dijeron que ya estaba muy viejo.

Estaba desempleado y no sabía qué hacer. Un 24 de diciembre apenas le ajustó para la cena de su familia. Desde su casa, su esposa y sus dos hijos veían al resto de familias de la cuadra tirando cohetes y pólvora. No les quedó más remedio que abrazarse, llorar y consolarse los unos a los otros.

Frustrado se fue a un parque que queda a una cuadra su casa en el barrio la URSS a pensar qué podía hacer para ganar dinero. Y sin un solo peso en la bolsa decidió hacer una fiesta que más tarde terminó siendo un éxito. La payasada llegó por casualidad y por necesidad. Después de la fiesta organizó una especie de cena colectiva en Navidad con sus vecinos. Al momento de invitarlos les prometió llevar un payaso. “Pero va a salir muy caro”, le decían.

Se fue donde un amigo que alquilaba trajes y escogió uno de payaso, lo pintaron de blanco y salió a la calle. “La primera vez no sabía qué hacer. No sabía hacer globos, no sabía hacer nada. Lo único que sabía era bailar y bailar y bailar”, cuenta. Bailó durante toda la noche. Sin saber quién era, los niños se le acercaban y querían tomarse fotos con él. “Cuando yo me di cuenta de la magia, la sensación, que causa el payaso es increíble. ¿Sabés cómo me sentí? Como cuando vos abrís tu corazón y decís: Me pueden tocar, se pueden meter conmigo, me pueden hablar y aunque no me conozcan van a hablarme. Es increíble. Yo nací para ser payaso”, asegura Morán, aunque de niño quería ser piloto. Ahora casi nadie lo conoce como Oscar, sino como Payayín.

José David Scott empezó a ser payaso porque debía conseguir un trabajo para comer. Es un muchacho de 17 años que estaba estudiando por las noches el primer año de secundaria, pero abandonó la escuela porque pasar todo el día asoleándose y luego salir en la noche a estudiar le provocaba dolores de cabeza insoportables.

No tiene cédula y no le interesa tenerla hasta cumplir 18, porque lo único que hará será buscar otro trabajo. En el barrio Las Viudas, donde vive, asegura que hay unos 18 payasos que se dedican a andar en los buses. Él necesitaba una forma de ganar dinero y conoció a alguien que le enseñó a hacer payasadas. Tenía 14 años y medio cuando empezó. Con lápiz y papel en mano escribía las entradas y los diálogos con su compañero para después aprenderlos.

Al principio le daba vergüenza montarse a los buses. Agachaba la cabeza para decir sus chistes y su compañero le decía que levantara el rostro. Eventualmente se acostumbró y ahora lo hace con toda la soltura que se pueda imaginar. “A veces gano tres (300), cuatro (400), los días de pago me tiro las siete (700) varas”, dice, mientras agita las monedas en su mano, esperando la próxima ruta que pase.

Estar felices todo el tiempo y hacer reír a cuanta persona se acerque es el alma del oficio de un payaso. Sin embargo su imagen ha sido expuesta en las últimas semanas como un elemento tenebroso y de terror.

PAYASOS DE HORROR

El payaso tiene una especie de ambigüedad fascinante. Puede provocar risas y puede provocar miedo. Las recientes apariciones de payasos con rostros malévolos en Norteamérica y Europa tienen muchas teorías. Benjamin Redford, quien es autor de Bad Clowns (Payasos malos), aseguró a la cadena televisiva CNN que este caso es una histeria que ha ocurrido antes. “En los ochenta ya hubo estos reportes de payasos ‘fantasma’. Había historias a las afueras de Massachusetts sobre niños que decían que habían sido perseguidos o atraídos por payasos y padres y maestros que se las tomaron en serio”, aseguró.

Al principio también se mantenía la teoría de que era solo una buena campaña de publicidad para la nueva versión de la película It, que se estrenará en 2017, pero un portavoz de Warner Brothers ha desmentido la creencia y aseguró a CNN que no hay “ninguna conexión” entre la película y los recientes avistamientos de payasos del terror. También se ha hablado de que es “solo una moda de las redes sociales”. Pero, ¿por qué aún con una máscara divertida los payasos provocan miedo?

Mark Griffiths, psicólogo de la Universidad de Nottingham Trent, lo explicó a la BBC de forma sencilla: el rostro del payaso ha pasado a formar parte de una cultura de susto. Por ejemplo, si es fan de los superhéroes y ha visto películas de Batman, habrá oído hablar del Joker: un payaso con la cara llena de cicatrices que asesina personas por doquier. Y si es fan del cine o las películas de terror, seguro habrá escuchado sobre It, el libro de Stephen King en el que un personaje vestido de payaso atemoriza a los niños. “Hay un estereotipo del payaso desagradable, malvado, misterioso. Si nos fijamos en los payasos lo que tendemos a encontrar es que parte de su cara o pies son exagerados, enormes narices, bocas de miedo y cabello exorbitante”, asegura Griffiths. El miedo o fobia a los payasos se denomina coulrofobia, según la BBC mundo. Este miedo se adquiere normalmente después de haber tenido una experiencia traumática durante la infancia. “Los payasos se disfrazan, se pintan la cara y se pintan una sonrisa ficticia, por lo que la persona que sufre esta fobia siente que es incapaz de saber si le va a hacer daño o no”, asegura el psicólogo general sanitario con experiencia en fobias, Javier Savin a la BBC

“Es una imagen que los niños no viven viendo a cada rato. En Nicaragua no debería de crearse una imagen terrorífica del payaso. En Estados Unidos sí, los payasos son feos. La mayoría son viejos que son jubilados y para no estar aburridos se meten a ser payasos”, asegura Roberto Barberena, quien ha sido payaso durante 27 años. Es probable que el nombre de Roberto Barberena no le suene a nadie. ¿Pipo? Sí, mucho mejor.

VIVIR PARA PAYASEAR

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Cuando Roberto Barberena empezó con su personaje de Pipo le tomaba una hora arreglarse. Ahora lo hace en 15 minutos. LAPRENSA/M. Esquivel

Sus padres no tenían dinero para comprarle juguetes, pero eso no impedía que él se divirtiera. Hacía muñecos y juguetes con cartón, papel maché y también esculpía ídolos de barro. Roberto Barberena, de 47 años, nació en el barrio que en 1969 se conocía como Los Negros. “Casualmente mi papá era negro y yo también”, bromea. Sobrevivió al terremoto de 1972 de milagro, porque su cuna lo protegió.

Cuando era niño no tenía juguetes y necesitaba matar el aburrimiento en las noches. Él y sus amigos se iban a alguna casa y decían: “Vamos a jugar al circo”. Cobraran un chelín la entrada y con eso se iban a comer helado. Durante la secundaria hacía títeres y participaba en concursos a nivel nacional. Vio que era bueno haciéndolo y aprovechó su talento. En los años noventa brindaba servicio de teatro de títeres en los cumpleaños.
Pero a Barberena ser payaso le llegó por accidente. Él llegó a uno de sus tantos cumpleaños a animar como titiritero y la familia había contratado a un payaso que al final no llegó.

—A la… ¿Y ahora? ¿Usted no puede hacer nada, muchacho? —preguntaron a Barberena.

—Mire, señora, yo ando una pintura, me puedo pintar la cara de blanco ahí —dijo él.

—Hacelo por favor, hijo, que no quiero que estos muchachos terminen al garete —le contestó la señora.

Bailó y cantó. Los niños quedaron encantados, pero sobre todo él, que en ese entonces tenía 19 años y terminaría ejerciendo el oficio durante 27 años. Se fue a México y empezó a perfeccionar su personaje, aprendió a maquillarse y a vestirse.

Actualmente dirige la Academia de Entretenimiento Pipo, donde entrena y maneja payasos. Roberto Barberena hizo de payasear su forma de vida, como don Oscar Morán, que dejó todo para hacer reír.

Cuando trabajaba para una compañía de seguros, los permisos para salir durante la semana se hicieron cada vez más constantes. El sábado y el domingo no eran suficiente para dedicarse a su vida como payaso. Durante sus horas en la oficina llevaba chimbombas y veía tutoriales sobre cómo dales formas.

—Voy a renunciar —le dijo a su esposa.

—¡Vos estás loco! —contestó ella.

Sin embargo, renunció a su trabajo y empezó dedicarse a su recién descubierta vocación: ser payaso. Pero necesitaba la ayuda de alguien más. Poco a poco fue integrando a su familia hasta que todos pertenecieron a la empresa que don Oscar siempre soñó. Su hija mayor, Gabriela Morán, al principio no quería ser payasa. Comenzó como pintacaritas durante las presentaciones de su padre, pero cuando salían de casa, ella siempre caminaba detrás de él a cierta distancia, porque no quería ir junto a su padre.

Su papá empezó a ganar dinero en sus presentaciones y comenzó a pagarle a su hija, hasta que la convenció de trabajar como payasa. Gabriela Morán, cuyo nombre artístico es Luna, es estudiante de quinto año de Psicología en la UNAN-Managua y de primer año de Economía en la Upoli. “Al principio no quería. Decía: ¿Qué van a decir? ¿Cómo me van a ver aquí en el barrio?”

La primera vez que se pintó le gustó. A pesar de que Gabriela es tímida, Luna hacía que se sintiera confiada. “Hay personas que te voltean a ver como que lo estás haciendo por necesidad, te miran con lástima, pero no fue el caso de nosotros, porque los niños encontraban en nosotros sus ideales, personas que los iban a recibir bien”, dice Morán.

Toda la familia está involucrada en la empresa: la mamá se encarga de las máquinas de hot dog, palomitas de maíz y algodón de azúcar, el papá, don Oscar Morán, es el payaso que dirige el negocio, el hijo menor es el DJ y Gabriela es payasa junto con su papá. “Él (Oscar Morán) como payaso animador es nato. Yo he sido siempre bastante más tímida”, explica Gabriela Morán.

EL HUMANO DETRÁS DE LA RISA

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Roberto Barberena, Pipo, tiene 47 años, de los cuales ha dedicado 27 años a ser payaso. LAPRENSA/O.NAVARRETE

Aquella noche de 1983, hasta que la función terminó el público se dio cuenta de que detrás del telón del circo se escondía el cadáver de un niño de 1 año, que había muerto de neumonía y era hijo de uno de los artistas del circo. “La vida en el circo puede ser tan dura como nadie lo imagina”, aseguró a Revista Domingo don Armando Guevara, el patriarca de una familia de payasos compuesta por tres de sus hijos y él.

Al final de la función el director del circo invitó a los asistentes que acompañaran al equipo en la vela del niño. La vida de los payasos no es siempre de risas. Armando Guevara (hijo) cuenta también que al día siguiente de la muerte de su abuelita les tocó hacer un show que fue difícil, pero así es el oficio.

Roberto Barberena se maquilla rápido y con trazos acertados. Sigue siendo Roberto. Una pañoleta en la cabeza oculta su pelo negro y crespo. Hay una especie de “magia” cada vez que se maquilla. Cuando es Pipo todo debe ser alegría, pero cuando se quita el maquillaje, vuelve a la vida real. Aún recuerda cuando tres días después de la muerte de su madre tuvo que dar un show, porque no puede decir que no a sus clientes. Fue todo mecánico, pero Pipo debía estar ahí y reír.

“A veces me siento mal, digamos, que me dé fiebre o calentura. A pesar de eso tengo que andar riéndome. Porque si no trabajo, no como”, dice José David Scott, que todos los días camina de bus en bus contando chistes. Aunque a veces ande con hambre, enfermo o pensando en las deudas que tiene que pagar para ayudar a su madre. Es miembro de una familia de ocho personas que necesita sobrevivir y cuando no sale a trabajar, no come.

“Los payasos también tienen sus problemas. Y uno se siente apretado por dentro… pero tiene que ser chistoso. Uno se siente simple, amargo y por fuera el payaso se siente contento, feliz”, cuenta, mientras sigue jugando con las monedas que acaba de ganarse, listo para abordar otro bus y ganarse unas cuantas más.

El payaso asesino

John Wayne Gacy era conocido como el “Payaso Pogo”. De 1972 a 1978 Gacy asesinó a 33 jóvenes y niños. Fue sentenciado a pena de muerte y ejecutado 1994 con inyección letal. Aunque admitió haber matado a 45 personas, solo pudieron encontrarse 28 cuerpos enterrados y cinco en el río.

Payasos famosos:

Joker: Es el villano de Batman. Su cara, con cicatrices, siempre va pintada de blanco, la boca roja y los ojos negros, de forma desprolija y descuidada.

Ronald McDonald: Es la imagen de la cadena de comida rápida McDonald. Por la crisis de payasos macabros vivida recientemente, McDonald’s decidió “esconder” la imagen de Ronald.

Krusty: Es un personaje de la serie de televisión Los Simpson. No es la típica imagen de un payaso, ya que se presenta como alcohólico y cascarrabias.

Cepillín: Ricardo González es el nombre de Cepillín. Tuvo éxito en más de 18 países y cuenta con más de 20 discos, así como con algunas series de televisión.

Pennywise: Es el payaso de la novela de terror de Stephen King, It. El personaje se volvió famoso cuando se hizo una adaptación del libro a película.

¿De dónde vienen los payasos?

A pesar de las diferencias entre ambos, puede considerarse que los payasos tienen origen en los bufones. “A menudo, los bufones eran los únicos que podían expresarse contra las normas sociales o del Gobierno e incluso su humor podía llegar a afectar y cambiar la política”, asegura el sitio clownplanet.com. Los bufones eran personajes que hacían reír con sus gracias y desgracias. Muchas veces eran enanos o personas deformes que ocupaban un lugar privilegiado junto a reyes y poderosos.

“Los bufones se caracterizaban además por vestir indumentaria que los hiciera resaltar y que llamara la atención sobre ellos, por ejemplo, ropas de fuertes colores combinados, sombreros altos y con varias puntas, cascabeles en diferentes partes del cuerpo, zapatos coloridos y un importante maquillaje que tendía a alterar las facciones naturales de la cara para volverlas más espectaculares”, asegura descripciónabc.com.

Fe de errores: En una versión anterior de este reportaje se escribió mal el apellido de Oscar y Gabriela Morán (se escribió Morales). Se actualizó el lunes 17 de octubre de 2016. Ofrecemos una disculpa.

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