A escasos días de la farsa electoral que tendrá lugar el próximo 6 de noviembre en Nicaragua para validar —con la complicidad de la oposición— otra reelección del inconstitucional presidente Daniel Ortega, el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, después de enviar un informe secreto a Ortega, acordó abrir un mecanismo de diálogo con el dictador nicaragüense sobre dichas “elecciones”.
En el acostumbrado “bullicio del silencio” o en las “tinieblas de la luz” de la OEA, Almagro ha callado y cerrado los ojos. Solo un tuit que este publicó en julio pasado revela que no desconocía nuestra realidad. “Unas elecciones transparentes y competitivas se logran garantizando los derechos de todos los candidatos”, escribió tímida y calculadamente el dignatario.
Aquí caben preguntas retóricas: ¿Por qué no se llama a una reunión en sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA con la finalidad de que se discuta el mérito de convocar a los cancilleres del continente para analizar la crítica situación nicaragüense? ¿Será que el informe secreto a Ortega atiende a la forma como la OEA voltea la mirada y calla ante la barbarie de gobiernos dictatoriales, con escritos cajoneros para encubrir su complicidad y negligencia al margen de los derechos e intereses de los pueblos? ¿Representará esta iniciativa el preámbulo a una ambivalente, comprometida declaración donde la OEA reconocerá, respaldará y alentará a Ortega, ofreciéndole augurios de reconciliación con los demás sectores del país?
Por supuesto, Ortega, a través de su esposa, dio respuesta inmediata, indicando que su gobierno “confirma la implementación de un mecanismo de conversación e intercambio con el secretario general de la OEA en respeto y comunicación constructiva”.
Esto trae a la memoria aquellos días de marzo del 2014, cuando la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) finalmente recibió la aceptación de Ortega para establecer un diálogo. Esa vez, de la misma astuta manera, Ortega respondió a la CEN posicionándose en un mismo plano de coincidencias con los obispos y aseverando que ambas partes estaban orientadas en la misma dirección de las propuestas pláticas. De esa forma Ortega pretendía elevar el optimismo de la CEN en cuanto a la percepción de autenticidad de intenciones y la posibilidad de establecer una comunicación honesta, pareja, abierta y confiable que no pasó de un único y vergonzoso encuentro de las partes. Así es como Ortega también logró seducir, para luego abandonar —embarazados de ilusorias esperanzas— a muchos políticos y empresarios ingenuos o indignos.
Asumiendo que la propuesta de diálogo ofrecida a Ortega por la OEA descansa en intenciones sinceras y honestas, vale hacer ciertas observaciones sobre sus implicaciones.
Actualmente Nicaragua no es una de esas sociedades dinámicas donde los puntos de vista contrastantes y el afán de cooperación y entendimiento abren las puertas a la variable del diálogo. Una de las condiciones necesaria para poder establecer un coloquio es, que a pesar de las más profundas diferencias, existan factores que permitan reconocer la posibilidad de comunicación en términos identificables y lograr descubrimientos mutuos; valiosos en la determinación de cursos de beneficio común.
En este sentido, es de poca utilidad tratar de establecer canales de comunicación en Nicaragua cuando las partes tienen propósitos y valores opuestos e inflexibles. Especialmente cuando el Gobierno no busca consenso o cambio, sino que solo trata de hacer prevalecer o imponer sus ideas de manera arbitraria y usa la fuerza bruta como medio de persuasión o para mantener su supremacía.
De ahí la incertidumbre de cómo y con qué fin se debe establecer un diálogo entre el secretario general de la OEA y un cruel dictador. Por otra parte nos preguntamos cómo puede ponerse fe en las palabras de un tirano cuando gran parte de los asuntos críticos a discutir están fuera de toda posibilidad de apertura y cambio. El Gobierno de Nicaragua no ofrece la confianza, la apertura ni la honestidad en la que pueda descansar un diálogo efectivo.
Un diálogo en estas circunstancias revela lo que es importante y significativo para cada parte de manera reducida y desigual. Lo más deplorable es que la OEA bien sabe que este diálogo solo serviría para acomodarse a los monólogos del dictador.
El autor es economista y escritor.