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Chepe Castillo: hombre de grandes ligas

Chepe Castillo, aquel chavalo brillante de Las Salinas, Rivas, quien en 1948 perdió sus caites cuando la yegua lo botó porque unos tincos la asustaron, murió el 2 de agosto; de una manera súbita y totalmente inesperada.

Chepe Castillo, aquel chavalo brillante de Las Salinas, Rivas, quien en 1948 perdió sus caites cuando la yegua lo botó porque unos tincos la asustaron, murió el 2 de agosto; de una manera súbita y totalmente inesperada.

Cuando Joaquín, nuestro mutuo amigo, me llamó para darme el pésame, me dijo: “Chepe siempre me pareció de esos hombres inmortales como que siempre estuvo ahí e iba a seguir estando”. Efectivamente así era y así sigue siendo.

Sus 76 años eran de joven y no de viejo. La actividad física de Chepe, su camaradería con la gente, su actitud positiva, su permanente sonrisa y su constante disponibilidad a trabajar lo mantenían en un estado de perenne juventud. Una juventud que él la alimentaba reviviendo hasta la saciedad momentos de su niñez, su adolescencia y sus buenos años mozos, a través de sus encantadores relatos con detalles tan vividos que constantemente me trasladaban a cada una de esas instancias.

En el 63 estuve montado en la carreta cuando íbamos a dejar sal desde El Limón hasta Tola, y pasando por la cuesta de Juan Dávila se nos quebró una rueda. Mientras yo cuidaba al Gurrión, al Brillante, al Talento y al Galán y les daba de comer, de reojo miraba cómo Chepe reparaba la rueda con su hacha y trozos de madera que llevábamos. Y digo de reojo porque Dios me guarde si él se daba cuenta que yo estaba desatendiendo mi responsabilidad con sus adorados bueyes. Chepe parecía un ebanista trabajando en una escultura. En ningún momento mostró preocupación por el incidente. Lo único que perdimos fue algo de tiempo y a cambio ganamos sabiduría sobre una actitud positiva inquebrantable.

Allá por el 69 veníamos bajando la curva de La Gateada, a 80 kilómetros de Juigalpa, cuando Chepe era camionero de DACAL en la construcción de la carretera al Rama. Se nos fueron los frenos y con una maniobra digna de un experto camionero logramos arrimarnos a un paredón sin causarle daño al volquete MACK que lo traíamos cargado de piedrín. Nos agarró la noche y Chepe se dedicó a hacer amistades en el Bar Rosy donde mesmerizaba a la gente que con suma atención le escuchaban todos sus cuentos. Todas las muchachas lo miraban bailar como si estuvieran hipnotizadas. Cuando a medianoche dos hermanas se empezaron a pelear por Chepe yo decidí irme a dormir. A las 4 de la madrugada cuando Chepe me despertó, él ya estaba bañado, vestido, y desayunado; y yo con una gran goma.

En una tarde de julio en el 76 estábamos en Xiloá. Chepe era omnipresente ahí, en Casares, en Selva Negra, en San Juan del Sur, y en Pochomil. Después de estar esquiando en Xiloá fuimos a La Paz Centro a comer quesillo, y la descripción que Chepe nos dio a todos los chavalos de como las mujeres agitan la leche cuajada hasta que el calor de ciertas partes del cuerpo le da la textura y punto requerido para el quesillo, desgraciadamente se me quedó grabada en la mente para siempre.

En el 85 recuerdo una vez que nos pararon, y al ver enfrente al policía, Chepe tiró un hijueputazo.  El policía nos dio una multa por mala maniobra y nos dijo que además nos iba a multar por insultar a un oficial. Chepe se quedó callado y después me dijo: “Estos jodidos hasta leen labios ahora”. Pocos años después hicimos fila por un par de horas para comprar cuatro pollos flacos y cuando llegó nuestro turno ya se habían acabado, pero él estaba feliz porque en la fila habíamos conocido a una muchacha bien guapa que trabajaba en el CDI a la cuadra de la casa.

Chepe siempre mantuvo su buen humor, y sus relatos de como hacía para conseguir papel higiénico, baterías, combustible en los 80 eran una verdadera comedia.
En los 90 ya eran mis hijos los que tuvieron la dicha de experimentar su sabiduría, amor y su envidiable memoria. Para una docena de chavalos Chepe fue el leal amigo que les hacía fogatas en Casares alrededor de la cual les contaba cuentos de la carreta nagua, la mocuana, la llorona, la cegua y otros que él les juraba que eran verídicos.

Los guiaba en agarrar cangrejos y meterlos en un balde,  para después soltárselos a todos ellos en sus pies y salían corriendo y gritando felices de la vida. Se bañaban en las cortinas, y en fin les brindó a esta docena de chavalos sus mejores tiempos de sus vidas.

Estuvimos en los Estados Unidos en un juego de Beisbol de Grandes Ligas, que era su pasión, y nos quedó pendiente conocer el nuevo Yankee Stadium.
Anduvimos en Panamá porque quería ver el Canal y valorar él mismo si era factible hacer uno aquí en Nicaragua.

Sus comentarios fueron muy puntuales y pragmáticos.

En los últimos 15 años nos dedicamos a viajar por toda Nicaragua por una u otra razón. Su conocimiento exacto de las distancias de lugar a lugar no era normal. Saliendo de Managua a Boaco me decía: bueno son 114 kilómetros. Seguíamos a Matiguás y me decía son 70 kilómetros, pero pasemos comiéndonos unas güirilas de maíz tierno con crema. Después a Río Blanco, donde está el cerro Musún, que de Matiguás quedaba solo a 36 kilómetros. Le encantaban los pinares de San Fernando en Nueva Segovia, que los pasábamos en el camino a Jalapa, en el kilómetro 292. Ni se diga en las giras a Jinotega por el Lago de Apanás, El Cua, San José de Bocay y Ayapal a 141 km de Jinotega. Cuando pasábamos el valle de Pantasma y el cerro Kilambé me decía: aquí pudiera vivir yo.

Cuando íbamos a Ocotal, a 79 km de Estelí, desayunar huevos con frijoles en bala y cuajada en El Matapalo era de rigor. Le encantaba ir a Camoapa, a 66 km de Juigalpa, donde Cheyito Fernández, quien nos invitaba a tomar sopa de huevos de toro. Una vez le dijo a Cheyito que ese toro ha de haber sido viejo por lo duro de las criadillas. Nicaragua sin Chepe jamás volverá a ser igual para mí.

Yo lo fregaba a menudo diciéndole que me firmara un documento dándome permiso para cuando se muriera le pudiéramos sacar su cerebro. Le decía que era para enviarlo donde algunas eminencias para que estudiaran el porqué de su memoria tan privilegiada.

Ojalá que donde sea que está Chepe conozca un estadio igual o mejor que el de los yankees.

Cultura

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