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Crítica de cine: Inferno

Ese destello de sensibilidad de género es lo único que salva a Inferno de ser una pieza de museo taquillero.

A diez años de El Código Da Vinci (2006) y siete después de Ángeles y Demonios (2009) llega la tercera entrega de las adaptaciones fílmicas de las populares novelas de Dan Brown. No creo que nadie estuviera esperándola conteniendo la respiración. Este fenómeno de ventas pertenece a un pasado reciente que, a como se mueve el mercado de la cultura popular, bien podría haber tenido lugar hace varios siglos.

La trama inicia con un prólogo sensacionalista: un hombre bajo persecución se lanza desde una torre ante la mirada atónita de sus perseguidores. A continuación, encontramos a Robert Langdon (Tom Hanks), el profesor de Harvard, confinado en una cama de hospital, preso de alucinaciones apocalípticas. Mientras la doctora Sienna Brooks (Felicity Jones) trata de sacarlo de su amnesia, una agente de Policía se acerca disparando a quemarropa.

¿Qué demonios pasa? La pregunta es fácil de responder para los lectores del libro o cualquier ser humano que haya visto las escenas promocionales de la película. El millonario Bertrand Zobrist (Ben Foster), el suicida, ha creado un virus mutante que erradicará a la mitad de la humanidad. La ha hecho bajo el convencimiento de que es lo que debe hacerse para salvar nuestro ecosistema. En lugar de liberar el virus y dejar que haga su trabajo mortal, inventa una rocambolesca carrera de pistas para darle chance a Langdon de detener la incipiente epidemia. En el camino, encontramos personajes de dudosa afiliación: la Dra. Elizabeth Sinskey (Sidse Babett Knudsen), directora de la OMS; Christoph Bruder (Omar Sy), un agente de seguridad. En un extraño buque de última tecnología, Harry Sims (Irrfan Khan) lidera una extraña operación que puede tener algo que ver con los planes de Zobrist.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine.
Juan Carlos Ampié, crítico de cine.

El ritmo acelerado de la persecución y la duda permanente sobre la afiliación de los personajes son las armas secretas de Inferno. Nos distraen de descubrir que la película no tiene razón de ser. La trama es un elemental ejercicio de ocultamiento y revelación de información, que alcanza su punto más bajo cuando Langdon y Brooks —quien oportunamente resulta ser una experta en Dante—, verbalizan información que conocen solo para beneficio del espectador. No debería extrañarnos lo elemental de la ejecución. Los libros de Brown son literatura de aeropuerto, que convertida al cine, se convierte en turismo de sillón.

La verdadera atracción son los escenarios de Italia y Turquía y los carismáticos miembros del reparto. Sus múltiples nacionalidades abonan al interés de la aldea global. Hanks, a sus 60 años, sigue siendo el boy scout favorito de los EE.UU. La británica Felicity Jones, fresca de su nominación al Óscar por La Teoría de Todo (James Marsh, 2015), es premiada con el principal papel femenino. Sy, a quien podemos ver protagonizando Chocolat (2016) en el actual Tour de Cine Francés, es uno de los actores galos más carismáticos del momento. Khan es una leyenda en Bollywood. Y la danesa Knudsen usó la fenomenal serie televisiva Borgen como pasaporte a Hollywood, donde se posicionó en Westworld, la producción que HBO pastorea como sucesora a Juego de Tronos.

Langdon se ha definido como una reinvención contemporánea de James Bond, más cerebral que violento, y mucho menos machista. Siguiendo a ese modelo, su compañía femenina cambia de una película a otra. En esta tercera entrega la naturaleza de la relación es más paternal que romántica. En una escena que apela abiertamente a la comicidad, personajes asumen que Langdon y Brooks son pareja, y él, avergonzado, trata de corregir. Ese destello de sensibilidad de género es lo único que salva al filme de ser una pieza de museo taquillero.

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