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Alberto Alemán Aguirre

Duterte desequilibra el “pivote” de Obama

Rodrigo Duterte, un líder que habla sin sutilezas, con palabras vulgares y hasta insulta a líderes extranjeros, hizo un sorprendente giro amistoso hacia China y tomó distancia de Estados Unidos (EE.UU.), su aliado estratégico, suponiendo un revés, o cuando menos un trago amargo, para la estrategia de Barack Obama en Asia.

Filipinas, un país con 101 millones de habitantes, ha sido uno de los más firmes aliados de EE. UU. desde 1946. Ambos países tienen un tratado de defensa mutua que cimenta una estrechísima relación político-militar y extensos lazos económicos, humanos e históricos, pues Filipinas fue una colonia estadounidense arrebatada a España.
EE. UU. fue el tercer principal socio comercial filipino en 2015, detrás de Japón (el primero) y China; es el mayor inversionista extranjero, y el principal aliado militar. Cinco bases —navales, aéreas y terrestres— estadounidenses se encuentran en el territorio filipino. Tratados de defensa mutua son uno de los pilares de seguridad del reposicionamiento de medios y recursos de EE. UU. en el Asia-Pacífico, una estrategia para fortalecer su posición dominante ante el ascenso de China llamada “pivot to Asia” (“pivote asiático”). Esa política es una de las principales creaciones de la política exterior del presidente Obama —en la que la exsecretaria de Estado, Hillary Clinton, jugó un importante papel—.

Por todo esto, la visita oficial de Duterte sorprendió al anunciar este en Pekín una “separación” de EE. UU. y su adhesión al campo de China (y Rusia). Una semana antes había proclamado el cese de ejercicios navales conjuntos con la Armada norteamericana. Pekín premió el gesto y toda esa retórica de amistad con generosidad: decenas de acuerdos de intercambio comercial y económico, inversiones y créditos blandos —todo por US$14 mil millones—, la posibilidad de un acuerdo pesquero sobre Scarborough Shoal en el Mar del Sur de China, donde una disputa enfrenta a China con varios vecinos de la cuenca.  El turismo masivo chino retornará a Filipinas, se reabrirá el mercado del gigante para las frutas de Filipinas, y China dará créditos blandos para grandiosas obras de infraestructuras que incluyen un ferrocarril de Manila a Mindanao, de donde es Duterte (o sea, su bastión electoral).

Al regresar a Manila, Duterte se apresuró a declarar que no rompía relaciones diplomáticas con Washington, ni la alianza defensiva ni los lazos económicos. Sabe que una buena parte de las élites políticas locales no lo compartirían, así como tampoco los altos mandos militares, muy pronorteamericanos y proclives históricamente a los golpes de Estado. Menos la opinión pública: los filipinos son una de las sociedades más proestadounidenses del mundo. 4 millones de emigrantes filipinos viven en EE. UU.
Creo que Duterte persigue tener más independencia de Washington. La relación se ha visto afectada por las críticas de la administración Obama a las ejecuciones extrajudiciales de la políticas antidroga del gobierno filipino que llegan casi a cuatro mil. Duterte es pragmático y sabe que no puede ir tan lejos. Desea obtener más beneficios económicos de China y suavizar las relaciones, tensas por la disputa marítima y un fallo de julio pasado de la Corte Permanente de Arbitraje que no vio fundamentos jurídicos para los reclamos chinos. Pekín no acepta el fallo.

China, sin duda, ha obtenido importantes logros diplomáticos: creó fisuras en el sistema de alianzas de EE. UU. en Asia, aumentará su influencia en Filipinas, socava con una negociación bilateral (su solución preferida) el intento de Washington de crear un código de conducta único basado en el respeto a la Convención del Derecho del Mar, y ha mostrado a todos sus vecinos que sabe ser generosa cuando se toma en cuenta sus intereses.

El autor es Analista de asuntos Asia-Pacífico. Taiwán Fellowhsip Program 2016.

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