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Estadounidenses hacen fila para votar en las afueras de un centro electoral en Scottsdale, Arizona. LA PRENSA/AFP

Un nica en las elecciones estadounidenses

Es un día cualquiera. O eso parece. Las elecciones en Estados Unidos no se ven tan diferentes de otras, al menos no de las de Nicaragua en un principio.

Es un día cualquiera. O eso parece. Las elecciones en Estados Unidos no se ven tan diferentes de otras, al menos no de las de Nicaragua en un principio. Son las 9:00 de la mañana y la gente camina normalmente por el distrito financiero de New York. Y por normalmente quiero decir apurados, estresados, sofocados por llegar a sus trabajos como cada mañana en esta ciudad que los mira desde sus altos rascacielos y no muy pequeños edificios.

El clima parece que también puso de su parte para que la gente salga a votar. Hacen 12 grados celsius, eso es mucho y el pronóstico indica que más tarde estará más caliente, por lo que no será tan traumático para muchos salir a sus centros de votación… aunque seguramente solo para mí es difícil soportar temperaturas de seis grados celsius o menos. Muy temprano recibí un correo de Mónica Devine, eran las respuestas que le había pedido a unas preguntas sobre la campaña de Donald Trump. Están marcadas en rojo por alguna razón. Mónica me escribe porque hace dos semanas envié un mensaje a una de las páginas de Facebook de Latinos que apoyan a Donald Trump para conseguir unos contactos y hablar con esos hispanos.

Tengo una extraña curiosidad personal por entender qué motiva a un latino a apoyar a alguien como Donald Trump, ya saben, el tipo que ha sido calificado como racista, xenófobo, vulgar, misógino y mentiroso. No vale la pena seguir. Mónica cree que todo eso que dicen de Trump es una mentira que “su oponente (Hillary Clinton) y los medios han manipulado y creado una imagen de él que está totalmente distorsionada”, se alcanza a leer entre las letras rojas del correo electrónico.

Las razones de Mónica para apoyar a Trump son varias, ella cree que él “no tiene intereses especiales y es generoso”, aunque resalta que su rival no cree que él lo sea. Como ella, hay muchos latinos que están realmente convencidos de que Donald Trump es mucho más sincero que su rival demócrata Hillary Clinton.

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Me toca subir 83 pisos en el One World Trade Center de Manhattan para llegar a la oficina donde estoy trabajando por unas semanas. Ahí la gente se está organizando para salir a la calle a cubrir los centros de votación donde los estadounidenses llegarán desde la mañana. La redacción está vacía a pesar que ya casi son las 10 de la mañana. A mí ya me habían asignado mi misión del día: Ir al Midtown Hilton Hotel donde sería la fiesta de celebración de Donald Trump y recoger algunas impresiones de la gente en las calles.

Estoy bastante acostumbrado a lidiar con gente que se toma muy en serio la política, sí, hablo de los sandinistas allá en Nicaragua y por eso no debería sorprenderme lidiar con la gente que apoya a Trump. Aunque en realidad, me dio algo de miedo, lo confieso. Y es que en cuanto supe lo que me tocaría recordé a aquel viejito que salió en las noticia reclamándole a unas personas para que le enseñaran sus identificaciones para comprobar que no eran indocumentados Ese viejito que luego los llamó “wetback”. Y cómo olvidar a aquel hombre sin camisa que presumía su amor por Trump mientras mandaba a los latinos a su alrededor a hacerle las tortillas. Y así un montón de imágenes vinieron a mi mente, la iglesia quemada que luego fue marcada con la frase “Vote for Trump”.

Así que pensar en cuáles son las opciones de entrar directamente a la boca del lobo me lleva a las siguientes conclusiones: A) Cuando los simpatizantes de Trump me miren con mis rasgos latinos me prenderán fuego en la calle. B) Cuando me miren me desmembrarán en la calle y regarán mis restos para que nunca puedan ser encontrados o C) Me dejarán desangrar para alguna especie de ritual. A mí se me da bien eso de exagerar. Así por las siguientes cinco horas tenía tanta ansiedad como Saturnino Serrato esperando los resultados de las elecciones en Nicaragua.

El reloj marcó las 2:00 de la tarde y mi editor, Anthony Smith, un filipino de tamaño mediano se acercó y me dio sus últimas instrucciones: Me toca ir al hotel, buscar reacciones y dependerá de mí si quiero moverme al Jarvits Convention Center donde daría su discurso Clinton. Y cuando me levantaba a agarrar mi chaqueta salieron de su boca unas palabras que me aterraron aún más: “Y si sentís que la gente es muy hostil con vos, podes retirarte del lugar de inmediato porque tu seguridad es primero”. Mi mundo se torcía en una especie de “Inception” y aquellas puertas interminables por donde corrían Tom y Jerry en los 90. Pero soy periodista, era hora de arriesgar el pellejo, como en los viejos tiempos.

Tomé el tren decidido a llegar al lugar. Revisé Google Maps y tracé mi ruta en el tren para llegar al Midtown Hilton. Llegué a la parada y desorientado, como siempre salgo de las estaciones del tren, intentaba ubicarme para localizar el hotel. Llegué o eso creía, resulta que me fui al hotel equivocado y me tocaba caminar un kilómetro y medio más hasta mi destino final. Pues qué, me suele pasar en esta ciudad que me pierdo.

A lo lejos logré ver varias patrullas de policía y retenes. Era obvio, ese era el lugar que buscaba, decía Hilton en grandes letras azules y habían camiones de arena rodeando la estructura. Más tarde aprendí que esa es una de las medidas de seguridad que usan por cualquier inconveniente. Intenté entrar al hotel, pero me dijeron que necesitaba una autorización que obviamente no tenía forma de conseguir en ese momento. Así que decidí, por la costumbre de cubrir instituciones del Estado en Nicaragua, quedarme en la calle hablando con algunas personas. En la entrada conocí a Martin Zárate, un muchacho de 22 años que llegó con un proyecto social que engañó a algunos seguidores de Trump sin que él se lo propusiera.

Vendía cereales llamados “Captain Trump”, una alusión a los famosos “Capitan Crunch” que se pueden encontrar en los supermercados. Su proyecto consistía en vender los cereales por el precio que el cliente quisiera pagar y con el dinero llevar comida a la gente que vive en las calles de New York. Lo chistoso, contó Martin, es que no se esperaba que los simpatizantes de Trump quedaran enamorados de la imagen del magnate en la caja y pagaran sin pensar que en el fondo era una sátira hacia el empresario. Peor aún, no se tomaron la molestia de leer lo que decía la caja y cómo hacía chistes sobre las frases más polémicas de Trump.

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Martin me contó que eso le llamaba mucho la atención, pero que algunos se dieron cuenta y lo acusaron de engañarlos cuando él jamás lo hizo o incluso lo empujaron en un arranque de furia. Pero ahí estaban algunos pagando 10 o 20 dólares, a veces menos para llevarse una caja. En ese momento me di cuenta que estaba en la boca del lobo y había sobrevivido. La gente no andaba cazando latinos con antorchas o cortándolos en pedazos. Y eso me llevó a una conclusión interesante. Esta perversa campaña de Donald Trump nos hizo olvidar, hasta cierto punto, que los simpatizantes del magnate también son personas normales como nosotros. Y parece algo obvio, pero es que a lo largo del casi año y medio que tomó el proceso, pensar en alguien que apoya a Trump era equivalente de racismo o violencia, ya les puse los ejemplos antes. Lo que olvidamos por completo es que algunos son así, no todos. El resto son personas totalmente normales que apoyan a Trump, creen en sus ideas pero no se atreverían a atacar a alguien.

Conversé con un negro de New York que apoya a Trump ahí cerca del hotel. Ya eran como las cuatro de la tarde y me dijo que había votado por el norteamericano porque era “el mal menor”. Y asegura que es cierto que hay un país dividido en el que cada quien se preocupa por sí mismo, “pero eso es culpa de Obama”, continúa. Anthony Wright es su nombre, y en su gorro usaba la insignia de “Yo voté”, que muchos neoyorquinos se pusieron en la ropa después de haber ido a votar desde temprano.

Y eso que decía Anthony es una de las expresiones más comunes que uno escucha. La gente no vota porque cree que alguno de los candidatos sea bueno, lo hace porque no quieren que el contrario gane, aunque eso signifique apoyar las ideas de alguien cuyas propuestas no terminan de convencerlos completamente. Si vuelvo otra vez a los correos, hace días también intercambié correos con Evelyn Stalevycz, seguro la recuerdan. Es la nicaragüense que subió a una de las tarimas de Trump en marzo de este año para demostrarle su apoyo.

Evelyn no ha cambiado de opinión, sigue apoyando a Trump, dice que desde el primer día y cree que con Clinton no tendrían libertad de expresión ni derecho a portar armas. “Los latinos que votan por Hillary están mal y estúpidos”, escribió en sus respuestas a mis preguntas.

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Y así como ella y Mónica hay otras personas que me enviaron correo expresando por qué apoyan a Trump, aun siendo latinos.

Ya cerca de las cinco de la tarde el Midtown Hilton empezaba a llenarse más y más de gente. Estadounidenses que lucías su apoyo a Trump y otros que portaban pancartas que sugerían enviar a Clinton a la cárcel. El ambiente empezaba a enfriarse y en cada entrevista había un helicóptero que pasaba por encima, tan molestos como cuando los zancudos andan con hambre y te persiguen sin descanso. Llegaron más policías, pusieron más barreras. Habían más patrullas, tipo sedan, camionetas, furgonetas y hombres altos con intercomunicadores y vestidos de sacos se ubicaban estratégicamente en algunas calles cercanas. Sí, eran algo así como los agentes de las películas de The Matrix.

Habían periodistas de un montón de países del mundo, con cámaras de todos los tipos que podían cargar entrevistando gente en las calles. Los de afuera eran los que no podían entrar y se quedaron en la calle de enfrente esperando por la mejor toma para más tarde, por si les tocaba celebrar a los seguidores de Trump.

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Los edificios encendieron sus luces y en el Empire State destacaron luces rojas y azules. Lo decoraron con pantallas donde CNN proyectaría los resultados de las elecciones, por si alguien no estaba pendiente, seguramente.

Ya son las 9:30 y de vuelta en la redacción apareció toda la gente que no estaba temprano. De vez en cuando se escuchan aplausos cuando en CNN dicen que Clinton ganó algún estado. No es para menos. Aún persiste el miedo de que Trump pueda hacer con la presidencia de Estados Unidos y quien sabe, desatar el armagedón en los próximos meses. Ya no le tengo miedo a la gente de Trump, pero sí a Trump. Y si más noche dicen que gana, estoy seguro que mucha gente llorará en las calles, unos de alegría y otros de tristeza porque en las calles de Estados Unidos correrá más odio que nunca alentado por las expresiones monstruosas del empresario Trump que no mide consecuencias y no teme que mucha gente que no conoce y que nunca conocerá pueda salir lastimada más tarde por las decisiones de algunos de sus fanáticos.

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