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Luis Alberto Areas

Bajo el signo de Trump

Llegó la hora de las elecciones en Estados Unidos (EE. UU.). Unas elecciones sin precedentes históricos. Por primera vez una mujer, Hillary Clinton, disputa la presidencia. Por primera vez un candidato, Donald Trump, llega al día de las elecciones, con acusaciones —y aún sobrevive— de escándalos sexuales. Por primera vez en más de cuarenta años, un candidato (Trump) oculta su declaración de impuestos. Por primera vez, el pueblo norteamericano tiene candidatos que radicalizan opiniones al extremo, tanto de rechazo como de apoyo. Son unas elecciones bajo el signo de Trump.

La campaña presidencial de Trump ha sido una tormenta que nadie advirtió, y aún hoy los especialistas están tratando de entender lo que ha ocurrido. Durante la campaña, las “debilidades” de Trump —al entender de especialistas y analistas políticos—, se han convertido en sus mayores atractivos, a la vista de los votantes estadounidenses: tosco, irreflexivo y sin ningún tacto político.

Trump ha exacerbado la xenofobia, expresión  menos evidente del racismo, un poderoso sentimiento latente entre la clase blanca trabajadora, de bajo nivel académico, conocida despectivamente como “white trash” (basura blanca). En este segmento Trump ha encontrado su base electoral. Por primera vez en la tradición política americana, se ha demostrado que un sector —nada pequeño— del electorado es capaz de una fidelidad política irreflexiva, tribal, fanática. Trump ha roto todos los mitos de sobrevivencia política en EE. UU. Ha insultado todo lo que consideraban sagrado (familiares de caídos en combate, mujeres, veteranos de guerra, y un largo etcétera), y ha sobrevivido hasta de sus propias declaraciones y de acusaciones directas sobre su escandaloso comportamiento sexual con respecto a las mujeres. A las puertas de las elecciones sigue con altísimas probabilidades de llegar a ser el hombre más poderoso del mundo.

Además de su rechazo a la inmigración, cuyo símbolo es la promesa de construcción de un muro gigante entre EE. UU. y México, el nervio de su discurso incluye el rechazo visceral al “stablishment” político de Washington, personificado en la persona del actual presidente Barack Obama (con poco disimulo racista), a quien culpa de todos los males, reales e imaginarios, entre ellos, de un hiperbolizado estado de inseguridad ciudadana. Trump pinta a un EE. UU. asediado por delincuentes y criminales, aunque la estadística y estudios sociológicos indican que el crimen y la violencia en las calles ha disminuido significativamente en los últimos años. Acusa un EE. UU. con un desempleo brutal y en bancarrota, cuando los hechos contrastan esta visión, ya que la economía está en crecimiento, lento, pero firme, y con el nivel de desempleo más bajo en los últimos diez años.

Lo malo, pero también lo que le ha granjeado simpatías incondicionales, es el rechazo de Trump a la manera tradicional americana de hacer política, dentro de lo que se conoce como “political correctness”. Esto es, esencialmente, evitar todo aquello que ofenda o discrimine al público en general y en especial a grupos minoritarios o socialmente marginados. Se asumía, antes de Trump, que para hacer política en los EE. UU. había que articular un discurso conciliador y ponderado. Trump no solamente embiste, de manera suicida, toda forma de “political correctness”, sino que ha utilizado recursos inéditos en la tradición política americana como el avasallamiento, el cinismo y la burla, además de hacer del odio y el miedo, la estructura invisible que sostiene su discurso. Ha logrado que el electorado, la prensa y el público lleguen a aceptar, lo inaceptable: ha logrado que los contenidos y los temas de importancia (economía, educación, salud, seguridad) y el debate sobre programas y propuestas de gobierno entre los contendientes, sea reemplazado por una colección interminable de estridencias personales, bravuconadas y escándalos.

Hillary Clinton, candidata con poco carisma y con muchas debilidades de imagen, ha sido, por supuesto, el blanco principal de sus ataques, cargados de odio y mentiras, propia de políticos de países con mucho menos tradición cívica y democrática que los EE. UU. En uno de los debates le prometió que la perseguiría judicialmente… ¡para encarcelarla!  al mejor estilo político de una “banana republic”. Y lo peor: ha hecho parte fundamental de su estilo un discurso basado en mentiras enteras y medias verdades, habiendo logrado desmarcarse de cualquier consecuencia negativa, lo que constituye una peligrosa involución en la política norteamericana. “Es que él no es un político”, justifican sus incondicionales seguidores.

Lo aterrador, coinciden muchos editorialistas, es la probabilidad que esta manera de hacer política se convierta en “the new normal”, es decir, la nueva norma en los EE. UU. Trump ha explorado un camino donde: “… todo se vale, donde se puede decir cualquier cosa (disparate, falsedad, invención), no importa cuán equivocado o mal intencionado se esté, no se pagarán las consecuencias”, Eli Stokols en Politico Magazine (sep.2016). Pero Trump no ha logrado esto solo. Trump ha gozado de un apoyo consistente, de buena parte del electorado americano, dispuesto a tolerarle cualquier falta. La simpatía de la que goza Trump ha demostrado ser fanática, incondicional. Le ha permitido sobrevivir a sí mismo, una y otra vez.

¿Lo espeluznante? La posibilidad, real y asombrosa, que Trump llegue a convertirse en  presidente de la primera potencia mundial, a pesar de ser la antítesis de lo que se supone sea un presidente americano —ponderado, conciliador, brillante, decente, informado, objetivo—. Y que esto sea producto de la voluntad soberana de los mismos americanos. A las vísperas de la elecciones, le pisa los talones a una Hillary, quien creía hasta hace poco, que las elecciones serían decididas a su favor con amplio margen. Según las más recientes encuestas, llegan a las elecciones virtualmente empatados. Cualquiera de los dos puede ganar.

Y aún más espeluznante, es que todo esto evidencia la involución de la mayor y más antigua democracia del mundo. El alma política de los EE. UU. ha cambiado. Ha sido conquistada por el canto de sirenas del populismo, la demagogia y el fanatismo político. Si los americanos deciden que gane el candidato republicano, la historia de los EE. UU. iniciará un camino inexplorado de incertidumbre. Y por ende, el resto del mundo.

El autor es administrador  de empresa.

Opinión Clinton y Trump archivo
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