LA PRENSA publicó el viernes pasado una nota informativa sobre el elevado costo económico de la farsa electoral del 6 de noviembre.
La información se refería solo a los costos económicos, no a los políticos y éticos, los cuales son invaluables porque la farsa electoral impide que haya en Nicaragua elecciones justas y limpias, la institución primordial de la democracia que permite a los ciudadanos no solo elegir las autoridades ejecutivas y legislativas, sino también ejercer sus derechos políticos y vivir con dignidad cívica.
De acuerdo con la información de LA PRENSA, basada en la fuente oficial del presupuesto del Consejo Supremo Electoral (CSE), la farsa del domingo 6 de noviembre costó más de 55 millones de dólares. Pero esta suma podría ser mayor, si al CSE se le ocurre pedir más dinero por medio de alguna de las reformas presupuestarias que con facilidad y frecuencia aprueba la Asamblea Nacional.
Llama poderosamente la atención que la farsa electoral de este año ha costado 15 millones de dólares más que las elecciones de 2006, a pesar de que por el avance de la tecnología de la organización de elecciones y la sustitución de la boleta múltiple con la papeleta única, esos costos se tendrían que haber reducido notablemente.
Según los datos publicados por LA PRENSA, en 2006 se imprimieron 13,750,000 boletas electorales y el costo total de las elecciones fue de 41 millones y medio de dólares. Pero este año se imprimieron 5,832,400 boletas (menos de la mitad que en 2006) y sin embargo el costo de la farsa electoral aumentó en casi 14 millones de dólares.
El alto costo de las elecciones es un tema que se discute y estudia en diversas partes del mundo y se justifica con el criterio de que la democracia tiene un elevado precio que es necesario pagar, porque es para bien de la salud política pública y el decoro cívico y jurídico de los ciudadanos.
Los organismos expertos en sistemas electorales explican que el costo de las elecciones varía según se trata de democracias tradicionales y sólidas, democracias en transición y situaciones especiales donde los comicios son para impulsar un proceso de obtención y mantenimiento de la paz, como fue el caso, por ejemplo, de las elecciones de febrero de 1990 en Nicaragua.
De manera que las elecciones resultan menos caras en países con una larga experiencia electoral, en los cuales funciona normalmente la democracia multipartidista. Y por la misma lógica, las elecciones son más caras en aquellos países donde vienen a ser algo novedoso que se va estableciendo poco a poco y muchas veces se comienza a partir de nada. Pero en todo caso, en la medida que se va consolidando la democracia los costos electorales se reducen, en el entendido de que son organizadas y vigiladas por un personal competente y honesto.
En esa clasificación técnica de elecciones no se incluye a las farsas electorales, como la del 6 de noviembre en Nicaragua, que según los expertos electorales son inauditables en todos los aspectos. En realidad, las farsas electorales son abortos políticos abominables que simplemente ya no deberían existir.