El 13 de noviembre pasado, cuatro días después de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos (EE. UU.), el diario The New York Times, en carta abierta a sus lectores, publicó una disculpa por su falta de profesionalidad en la cobertura de dicho proceso electoral. El diario abandonó la labor informativa de la campaña y canalizó sus esfuerzos a una agresiva propaganda que favorecía a la señora Clinton, candidata del Partido Demócrata y demonizaba al candidato Republicano, Donald Trump.
El diario neoyorquino, quizás por el alto costo de su desacertada decisión, reflejada en un significativo número de cancelaciones de suscripciones, quizás por el triunfo electoral de su enemigo, decidió emitir esa carta en la que se obligaba a reflexionar sobre su cobertura de las elecciones presidenciales de EE. UU. y se comprometían a continuar informando con honestidad. En su examen de conciencia, los editores firmantes de la misiva, encontraban inevitable preguntarse que si habría sido la mera inconvencionalidad de Donald Trump lo que los había inducido (a ellos y a muchos otros medios de prensa) a subestimar su apoyo entre los votantes estadounidenses.
De igual manera, un número considerable de encuestadores, analistas políticos, comentaristas, politólogos y demás han pedido disculpas públicamente.
Sin embargo, aprovechando la polarización del actual electorado de EE. UU., algunas agrupaciones radicales de izquierda se han movilizado y convocado a protestas violentas en las calles de varias ciudades del país. En general, el escrutinio al presidente electo es considerable y en muchos casos encierra elevadas pasiones y peligrosas provocaciones.
Es particularmente sorprendente que columnistas destacados de todas partes del mundo abandonan la objetividad periodística al tratar de explicar el porqué Donald J. Trump ganó las elecciones presidenciales en EE. UU. En el proceso castigan inclementemente al electorado estadounidense.
Muchos de ellos presentan razones sin sutilezas, sin fundamentos y con mucho ruido; dejando entrever un mal disimulado desprecio por el pueblo estadounidense.
Así, el autor de un artículo que leí recientemente asegura que los “ciudadanos de a pie” que votaron por Donald Trump lo hicieron por haber encontrado seguridad en la figura caudillesca de un hombre (animal) dominante de manadas. Que los votantes fueron seducidos por la previa fama televisiva de su candidato presidencial y que eso constituía la principal razón por su selección. Que lo señero en la mentalidad del votante era la celebridad de su candidato y su indiscriminada manera de atrapar notoriedad. Que estos votantes eran vegetales; frustrados, fracasados e ignorantes que de manera instintiva encontraron voz en Donald J. Trump.
Y el autor en cuestión continúa: Que el señor Trump inculcó en la mente de los votantes el concepto de estar siendo victimizados, debido a la globalización. Proceso que se había aprovechado de la ingenuidad del pueblo estadounidense a través de los Tratados de Libre Comercio. Que dichos votantes están evolutivamente atrasados, en cuanto exhiben una adoración patriarcal por su candidato ya que este cuenta con un extraordinario éxito empresarial, atractiva esposa y familia glamorosa. Que los más de 60 millones de ciudadanos (hombres y mujeres) que votaron por el señor Trump no lo hicieron por su oponente, la señora Clinton, por tener (en sus palabras) “tetas”. Que esos votantes estaban atraídos por su machismo y la forma en que el candidato discrimina a las mujeres. Que el estado anímico melancólico de esos votantes los movió a aceptar la agenda de cambio propuesta por el señor Trump.
Tanto desprecio por la mitad del electorado estadounidense es incomprensible, ya que el columnista en cuestión no tiene ninguna querella con los otros 60 millones de votantes que favorecieron a la señora Clinton. Ella ofrecía continuar las políticas del presidente Obama.
Sería saludable para este escritor poner su pluma —por un instante— sobre la mesa y escuchar las palabras del presidente Obama pronunciadas el pasado 15 de noviembre, en las que expresa sabiamente que el señor Trump ha sido electo presidente de EE. UU. y que tenemos que aceptarlo, puesto que esta es una democracia. Luego el presidente Obama agregó algo así: Si él fracasa, muy pronto lo sabremos. Y si él hace un mejor trabajo que yo, yo seré el primero en celebrarlo.
El autor es economista y escritor