Con motivo de la celebración de su octavo aniversario, la academia de enseñanza musical para la niñez y la juventud “Baluarte” presentó más que un concierto el examen final exhaustivo de los discípulos que acarician la recta conclusiva para convertirse en profesionales. Cada participante ha entregado el alba de su existencia con pasión y devoción.
La presentación se dio en el Salón de los Cristales del Teatro Nacional Rubén Darío. El recinto por mucha imagen majestuosa que tenga no ha sido la sede de las lides.
La familia estudiantil se lo tomó aun luciendo el verdor. La pubertad presume de haber llenado los requisitos de un concierto de gala y está bien que así lo haya estimado en la aspiración de sentir anticipadamente lo que pueden ser en el mañana.
Invitado a la velada de niñas y niños en interpretaciones difíciles como la de los clásicos pude personalmente comprobar los efectos de la presentación que recorrió los extremos de la variedad.
Colmada por la deductiva euforia capté la opinión de la directora Victoria Báez en el sentido de que todo el espectáculo era producto del amor pasional por la música, por la clásica, la regional, contemporánea y hasta la que junta los tesoros del recuerdo, lo cual quedó comprobado por el desfile de pianistas —niñas y niños— que se sentaban orgullosos al piano de cola con la soltura previa de la ceremonia.
La devoción más la compañía vital del talento. Tocaban en concertino a clásicos como Bach en el minueto, a Pachebel en el canon, a Beethoven en el Claro de Luna.
La edad estudiantil oscilaba entre los 7 y los 15 años. Plausible que se haya comprobado a más de cincuenta músicos, para que en el futuro sean las estrellas iluminadas por el virtuosismo.