Su pasión, su velocidad, su sonrisa y sobre todo su determinación, hicieron de Everth Cabrera un joven admirable. Impulsado por el descaro de un ambicioso, utilizó cada barrera para elevarse más y cada pronóstico negativo para motivarse.
Y así llegó a las Grandes Ligas, sin haber dejado siquiera rastro a nivel nacional. Y se ganó una invitación al Juego de Estrellas, capturó un liderato de robos y se nos aparecía a diario en la televisión con atrapadas que ningún shortstop nica imaginó.
Pero como suele ocurrir, cuando el talento llega a la cima, ahí lo esperan la distracción y la vanidad. Y Cabrera sucumbió. Primero tropezó ante los esteroides y luego se dejó envolver por el alcohol y las drogas, macabra combinación que casi lo mata.
Y mientras eso ocurría, su familia sufría, el núcleo se le desintegraba, sus fanáticos lo lamentaban y los coyotes huían. Pero ahora está de vuelta y tras rehabilitarse en Cuba, viene con el vigor y deseos de volver a abrirse paso y reinsertarse en el beisbol.
Lo esencial es su salud y su determinación de no volver a transitar caminos de muerte, pero a juzgar por el empeño en la rehabilitación, la condición física que trae y la firme voluntad de volver a jugar, uno cree que Cabrera debe provocar más ruido.
Este muchacho, que ahora es un hombre de 30 años, aún tiene el tobillo eléctrico, las rodillas de hule, el instinto despierto y el corazón de un guerrero. Además, tiene deseos de restablecer su imagen y de probarse a sí mismo, que continúa siendo útil.
En el Bóer se alistan para armar dentro de poco, la combinación nica de mayor nivel en la historia: Cabrera en el shortstop y Cheslor Cuthbert en segunda. Pero ojalá eso sea solo un peldaño de una escalera que lo lleve de regreso a la cima del juego.