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Carlos R, Flores.

¿Caro?, ¿Comparado con qué?

Recientemente se lamentaba un gran amigo mío de lo caro que le salió lo que él pensó era un servicio muy conveniente.

Recientemente se lamentaba un gran amigo mío de lo caro que le salió lo que él pensó era un servicio muy conveniente. Resulta que él, natural de la ciudad de León —de donde se dice que la gente nace con habilidades genéticas destacadas para regatear y siempre pagar el mínimo posible— había experimentado una avería mayor en su vehículo.

En busca de las mejores opciones, que él siempre interpreta como las de más bajo precio, cotizó hasta encontrar el supuestamente más competitivo de los mecánicos locales, congratulándose él mismo por la supuesta ganga, que comparada con las otras opciones formales, parecía más bien una meritoria hazaña.

Entonces le confió su vehículo, le llevó los repuestos —que por supuesto tampoco eran originales sino chinitos— y esperó que aquel le llamara para decirle que su legendario pickup, estaba ya listo.

La llamada no llegó, más bien tuvo él que ir incontables veces. Entonces decidió ir a la Policía, puesto que a todas luces el técnico de marras solamente le daba creativas evasivas y francas negaciones por parte de los encargados que ocasionalmente dejaba en el taller.

El vehículo, una vez retirado del improvisado caramanchel, anduvo cancaneando apenas unos kilómetros, y al tercer día, lo dejó irremediablemente varado y de noche en un remoto camino rural, en donde bajo durísimas pruebas físicas pudo llegar a una finca cercana, un triatlónico esfuerzo debido a su avanzada edad.

Llevó ahora su vehículo a un verdadero taller, descubriendo para su sorpresa e indignación, que sí le habían removido unas piezas verdaderamente originales, dejándole intactos los repuestos “Frankenstein”, que apenas rindieron maliciosamente para que pudiera andar esos tres amargos días.

Lo mismo ocurre a veces en las empresas, en donde con frecuencia algunos devotos de un malentendido ahorro corporativo, contratan servicios o compran bienes “baratos”, que son a la larga una pésima inversión; legítimos desatinos que bajo parámetros equivocados de eficacia, descartan otros de comprobada calidad por el espejismo del precio de ocasión, siendo a veces subcontratados, sin respaldo profesional, o bien, promovidos o auspiciados por agentes interesados desde dentro de la misma empresa, evidenciando otras veces un craso desconocimiento de lo que se está adquiriendo, de sus alcances mínimos, del trabajo que involucra, de las normas específicas que rigen lo que es la calidad verificable, respaldo del proveedor, reputación del producto-servicio, garantías, o bien, referencias técnicas y profesionales.

Cuando viajo en carretera hacia el occidente del país, casi siempre me encuentro una o más motocicletas averiadas siendo haladas por su conductor; reduzco entonces la velocidad para identificar su marca.
En algunas ocasiones hasta le he dado “raid” a más de uno para preguntar cuál es la falla o su atribución de la misma.

Siempre hay una constante que no deja de sorprenderme: nunca he visto una motocicleta de marca reconocida siendo arrastrada; siempre les ocurre a las “baratieris”, sin respaldo, sin trayectoria, sin calidad o garantía alguna en sus reciclados componentes.

¿Es esto casualidad? Absolutamente no. Es el fenómeno de la “chinitización” a como le llamo, grave enfermedad actual, en donde desde un parámetro de calidad confiable en todo producto-servicio, este lo van copiando hasta degradarlo en clon o caricaturas del original, aceptados por aquellos ingenuos que aman la improvisación y desprecian las consecuencias de una falla catastrófica.

La calidad de un producto-servicio se expresa lógicamente en su precio relativo, es un grave error asumir el precio bajo como discriminante único, siendo más bien este diferencial la taimada evidencia que hay algo que lógicamente no se incluyó en la construcción de su estructura de costos: su confiabilidad y alta calidad.

*[email protected]

Economía caro precio archivo

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