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Crítica de cine: Sully, Hazaña en el Hudson

El crítico de cine Juan Carlos Ampié repasa la película Sully, Hazaña en el Hudson, protagonizada por Tom Hanks.

El 15 de enero del 2009, una avión de US Airways, comandado por el piloto veterano Chesley Sully Sullerberger, tuvo que ejecutar un amerizaje de emergencia en el río Hudson, tras experimentar fallas en sus dos motores. 155 personas bordo, entre tripulación y pasajeros, fueron rescatados ilesos. Quizás usted se acuerda de la noticia. O quizás se puso al día con las escenas promocionales de la película Sully: Hazaña en el Hudson. Sea como sea, los realizadores no demandan del espectador una amnesia cómplice.

Sully asume el conocimiento del hecho, y se concentra en un ángulo que no puede ser visibilizado por los medios: la psicología del héroe, que bien puede no serlo. Clint Eastwood es el director ideal para este material: es tan modesto como su protagonista. Al igual que Sully, no se ve a sí mismo como un redentor, o un gran genio creativo. Simplemente tiene un trabajo que hacer, y trata de hacerlo bien. Irónicamente, por esa vía, puede conseguir algo extraordinario.

La fantasía y el recuerdo son atajos para insertarnos en la mente de Sully, asediado por el stress postraumático y la inseguridad. La película inicia con una imagen terrible: el avión que pilotea se estrella irremediablemente en la ciudad. Es, realmente, una pesadilla. De un solo golpe, Eastwood exorciza de entrada a los fantasmas del atentado del 9/11, y propone la decencia de Sully como una especie de bálsamo para las profundas heridas causadas por el terrorismo.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine.
Juan Carlos Ampié, crítico de cine.

El siniestro ya ha sucedido. Sully y su copiloto, Jeff Skiles (Aaron Eckhardt), se encuentran recluidos en un hotel, mientras se someten a una exhaustiva investigación de las autoridades de Aeronáutica Civil. El proceso hace que Sully dude del valor de sus actos. Se maneja la posibilidad de que su valoración del estado de un motor fuera errada, y que bien podía llegar a una pista de aterrizaje formal en una pista cercana. Al tomar la decisión de lanzarse a las aguas del río, habría puesto en peligro la vida de todos. En una plumada anticorporativa, se manifiesta que también le ha costado el avión a la empresa.

Eastwood visita el evento en dos momentos. Primero, como un flashback desde el punto de vista de Sully, motivado por un reportaje de televisión que ve en un bar.
Después, como una especie de ejercicio colectivo de imaginación. En la última sesión del proceso de investigación —en una especie de corte pública— decenas de personas reunidas para la ocasión escuchan por primera vez la grabación de la cabina.

Sully evade lo predecible del cine desastre y la historia inspiradora, creando un fascinante drama procedimental. El comité investigador se proyecta como antagonista, pero es difícil registrarlos como villanos. Como Sully y las decenas de rescatistas involucrados, simplemente están haciendo su trabajo el grupo incluye a Anna Gunn, la esposa de Walter White en “Breaking Bad”.

Eastwood introduce breves sketches de cálida vida familiar: una mujer (Valerie Mahaffey) viaja con su madre anciana; un padre, un hijo y un sobrino que abordan a último minuto el aciago vuelo. Las acciones de Sully preservan la unidad de esas familias, pero lo separan de la suya. Su esposa, Lorraine (Laura Linney), está cercada en casa por las unidades móviles de los canales de TV. Nunca están juntos en el mismo espacio, pero sus conversaciones telefónicas evocan la intimidad de una vieja pareja. Tom Hanks ofrece una hermosa actuación, sensible e en inteligente en partes iguales. Sully es una de las mejores películas del año. No se la pierda.

 

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