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Jesús, vida

¡Viva la Virgen!

¿Cómo hablar de María con la suficiente ternura y con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin retóricas y su hondura sin palabrerías?

¿Cómo hablar de María con la suficiente ternura y con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin retóricas y su hondura sin palabrerías? ¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso?

Ya el ángel Gabriel, al ver a María, la saludó diciendo de ella que era la “llena de gracia, que Dios estaba de su parte” (Lc. 1,28).
José (por encima de sus dudas) al ver a María embarazada, como conocía qué clase de mujer era la que iba a ser su esposa —dice el evangelio de San Mateo—,   “la tomó consigo” (Mt. 1,24).

Su prima Isabel, cuando ve que María se ha acercado a su casa para visitarle, solo tiene alabanzas para ella: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor?… ¡Feliz tú porque has creído! (Lc. 1,42.43.45).

Y una mujer del pueblo, al oír a Jesús, no tiene más remedio que gritar ante la gente: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc. 11,27).
Cuando miro el rostro de María, la madre de Jesús que Él nos la dio como madre también nuestra, me quedo admirado no solo por la belleza con la que la pintan y esculpen los artistas sino, sobre todo, al contemplar la riqueza de sus envidiables valores humanos y su ejemplar fe.

¿Qué por qué me siento orgulloso al ver el rostro de María?  Porque María fue esa mujer que pasó por la vida, como su Hijo Jesús: “Haciendo siempre el bien” (Hch. 10,38).
María fue una mujer de auténtica fe, escuchaba y guardaba en su corazón siempre la palabra de Dios (Lc. 11,28).

María pudo decir con toda autoridad aquellas palabras con las que termina San Lucas la narración de la Anunciación: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra” (Lc. 1,38).

María fue la mujer que pasó como Jesús haciendo siempre el bien; eso es creer, eso es hacer lo que Dios quiere, eso es, en una palabra, ser siempre fiel a Dios, a los demás y a sí misma. Eso es ser inmaculada, la sin pecado porque siempre le dijo “SÍ” a Dios, desde el inicio hasta el final con Jesús.

María, la Inmaculada, siempre fue totalmente de Dios: hija del Padre, esposa del Espíritu, madre del Hijo. ¡Qué gran lección nos brinda María a todos cuantos nos acercamos a ella con un corazón sincero!

María “no dijo: ‘Yo haré según tu palabra’. No, sino: ‘Hágase en mí…’. Y el Verbo se hizo carne en su seno”.

También a nosotros se nos pide que escuchemos a Dios que nos habla y que acojamos su voluntad; según la lógica evangélica ¡nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor! Que viene del Evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre.

La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser viene antes del hacer, y que es necesario dejar hacer a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él quien hace tantas maravillas en nosotros.

María es receptiva, pero no pasiva. Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en Ella, del mismo modo, en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe.

En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella, reconozcamos también nuestro destino más verdadero, nuestra vocación más profunda: ser amados, ser transformados por el amor.  Miremos a ella, y dejémonos mirar por ella; para aprender a ser más humildes, y también más valientes en el seguimiento de la Palabra de Dios; para acoger el tierno abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida, esperanza y paz.

Oremos con la oración final de la Novena: “Virgen Santísima Madre nuestra, al terminar esta novena quiero renovar mis más vivos sentimientos de amor a vos.

Que mi amor vaya aumentando día a día, hacia ti, hacia Cristo y hacia mis hermanos.  Quiero tenerte todos los días de mi vida muy cerca de mí; que me recuerdes la alegría de vivir, el entusiasmo para amar a Cristo y la sinceridad para unirme a mis hermanos y así unidos formemos una comunidad donde reine el amor y la comprensión que solo tu Hijo Jesucristo puede dar.  Amén”.

Por eso soy consciente que necesito mirar más a María, la Inmaculada, la Mujer que pasó por este mundo haciendo solo el bien, como su Hijo Jesús. Nuestro mundo necesita de mucha gente comprometida, como María, en hacer el bien ya que sin duda alguna, este mundo nuestro sería otro. Por eso, hoy digo, como cristiano y Mariano: ¿Quién causa tanta alegría?… ¡La Concepción de María!

El autor es sacerdote.

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