Con lágrimas en los ojos y el recuerdo de un pasado sangriento, familiares de 20 víctimas de la masacre de El Mozote, perpetrada en diciembre de 1981 en El Salvador, en el marco de la guerra civil, cerraron hoy un duro capítulo de sus vidas con el entierro de las osamentas de quienes fueron asesinados 35 años atrás.
Un largo periplo de búsqueda, petición de justicia, protestas ante las autoridades competentes y todo un cúmulo de vicisitudes, finalizaron este domingo, cuando los huesos y sus respectivas pruebas de ADN fueron enterradas en pequeños ataúdes blancos, ya sin manchas de la sangre derramada que todavía continúa ensuciando la memoria.
Llegó la hora del descanso eterno y la posibilidad de que familiares y amigos puedan visitar las pequeñas tumbas de las víctimas del conflicto, con la certeza de que son ellos, sus padres, hijos, primos o sobrinos, quienes descansan a los pies de un pequeño monumento construido para la ocasión en el cantón La Joya, municipio de Sociedad.
Pese a que los hallazgos de los huesos, los análisis de ADN y los entierros son un paso más en este largo camino, los allegados continúan clamando justicia que, según ellos, no llegará hasta que los verdaderos culpables de la barbarie, tanto intelectuales como materiales, paguen su culpa.
Los restos mortales a lo que este domingo se dio cristiana sepultura fueron exhumados durante el año 2015 en diversos puntos de la zona de El Mozote, donde un batallón del Ejército perpetró la masacre, según el Informe de la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas.
Entre el 10 y el 13 de diciembre de 1981 unidades de elite del Batallón Atlacatl torturaron y ejecutaron “deliberada y sistemáticamente” a niños, hombres y mujeres del cantón El Mozote y otros aledaños, concluyó dicho informe.
Durante los 12 años de guerra, en los que se enfrentaron la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), ahora en el poder como partido político, y el Ejército de este país, financiado por Estados Unidos, murieron unas 75.000 personas y desaparecieron otras 8.000.
En 1992, el EAAF exhumó unos 400 cuerpos, principalmente de niños, de las cerca de 1.000 víctimas civiles que se calcula fueron asesinadas por el Ejército.
El penúltimo capítulo de una larga etapa puso su punto final tras el entierro con cánticos y rezos de despedida a padres, hermanos, hijos, tíos y tías injustamente asesinados la noche de aquel diciembre.