A partir de ahora, el paso de Cheslor Cuthbert por el beisbol nacional será un recuerdo que nuestra memoria va a colorear a su antojo.
Y aunque su presencia no provocó el desborde de una fanaticada que ha perdido su efervescencia en la campaña regular, Cuthbert cumplió su cometido al unirse a los Indios del Bóer y jugar para los aficionados que no pueden ir a verlo a Kansas City.
Cuthbert dinamizó la liga y aumentó la capacidad ofensiva de la tribu. En 15 juegos bateó .340 por 18 hits en 53 turnos, con 11 anotadas, 16 remolques, 10 bases y ocho ponches, más tres jonrones, mientras cometía siete errores en segunda.
Pero más importante fue comprobar que el muchacho que salió de Corn Island en busca de un futuro mejor para él y los suyos continúa siendo un joven sencillo, muy cercano a los fanáticos y amable con la prensa, a pesar de su camino recorrido.
Cuthbert es todavía un big leaguer en construcción. Su transición hacia segunda base le va a tomar su tiempo. Pero su habilidad natural, sus instintos y su deseo de establecerse, serán factores determinantes para que la adaptación resulte un éxito.
El domingo, cuando se percataron que jugaría su último partido, muchos decidieron ir al estadio y pudieron apreciar destellos del chavalo que nos emocionó todo el año con el uniforme de los Royals, mientras brillaba con la manopla y tronaba con el bate.
No sabemos qué rumbo tomará la carrera de Cheslor. Tampoco sabemos si lo veremos de nuevo con un uniforme a nivel local, pero queda constancia de un pelotero de Grandes Ligas que vino a compartir sus dones aunque algunos ni se percataron.
Más allá de la indiferencia Cheslor dejó sus huellas. Jugó cada día con pasión y entrega absoluta para el Bóer, organización que tampoco sacó máximo provecho a la presencia del bateador de mayor proyecciones nacido aquí.
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