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Julián Schvindlerman

Cuidado con Vladimir, Donald

Es todo un espectáculo ver al Partido Demócrata enojado con Vladimir Putin. Indignados por el aparente hackeo ruso de mails del jefe de campaña John Podesta, de la asesora Huma Abedin, de la propia candidata Hillary Clinton y de la convención partidaria meses atrás, los Demócratas ahora claman juego sucio y sugieren que las elecciones nacionales que consagraron a Donald Trump presidente de Estados Unidos de América fueron fraudulentas. “Ahora sabemos que la CIA ha determinado que la interferencia de Rusia en nuestras elecciones fue con el propósito de elegir a Donald Trump. Esto debería inquietar a cada estadounidense”, aseguró el señor Podesta.

Atrás quedó aquél 6 de marzo de 2009, cuando en Ginebra una sonriente secretaria de Estado, Hillary Clinton, presentó al ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, un botón rojo con la palabra inglesa reset y la promesa de una nueva era en las relaciones de Washington con Moscú. Posteriormente, Vladimir Putin pudo invadir Ucrania y anexar Crimea, defender a Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU, trabar una invasión norteamericana en Siria  para  luego lanzar  la suya  propia,  y  bombardear Alepo —hospitales y civiles incluidos— sin misericordia, sin que los Demócratas hicieran demasiado al respecto. Pero que el Kremlin se meta en las elecciones presidenciales… bueno,  eso les resulta intolerable. Que Clinton haya perdido puede tener algo que ver con su fastidio.

El descubrimiento tardío de los Demócratas de que Vladimir Putin no es de fiar es deprimente. No digo la cadena Fox News pero ¿acaso no miraron CNN estos últimos ocho años? Simbólicamente, aquel encuentro del reseteo arrancó con cierta extrañeza. Tal como reportó oportunamente Simon Schuster en Time, debido a un error de ortografía cometido por algún traductor del Departamento de Estado, la palabra que decía reset en ruso estaba mal. Al notar eso, Lavrov tuvo que explicar que el botón realmente decía “sobrecarga”. Clinton bromeó al respecto, la ceremonia prosiguió y ambos dignatarios presionaron el botón de todos modos. “Así es como han salido las cosas”, acotaría tiempo después Dmitri Rogozin, el delegado de Rusia ante la OTAN. “Ellos presionaron el botón equivocado, y con el tiempo la relación se sobrecargó”.

Donald Trump heredará esta relación sobrecargada. El flamante presidente-electo parece inclinado a resetear el reseteo de Obama con Rusia. Quizás esta vez funcione, parece creer. Solo que no lo hará. No mientras Vladimir Putin se siga comportando como Vladimir Putin.

Bajo su gobierno, los políticos opositores, periodistas disidentes, empresarios competidores y aun dignatarios foráneos no dóciles terminaron mal. En 2004, Viktor Yushchenko, un referente de la oposición ucraniana que era hostil a Rusia, cayó enfermo mientras hacía campaña para la Presidencia. Sobrevivió y ganó las elecciones, pero su cara quedó desfigurada por lo que resultó ser envenenamiento de dioxina. En 2006, Alexander Litvinenko, un exagente del servicio secreto ruso (FSB), asilado político en Gran Bretaña, fue mortalmente envenenado con polonio radiactivo. En 2005, el periodista de investigación Otto Latsis, crítico de Putin, había muerto  después que un jeep chocó su auto.

Paul Khlebnikov —periodista y editor estadounidense de Forbes Rusia— fue asesinado a tiros de ametralladora fuera de su oficina en Moscú, en 2004. Era conocido por sus investigaciones sobre el turbio mundo de los negocios y la política rusa de los años noventa. Anna Politkovskaya, periodista que reportaba acerca de los abusos contra los derechos humanos en el Cáucaso Norte de Rusia, fue asesinada a la entrada de su edificio de apartamentos moscovita en 2006. Secuestrada en la capital chechena de Grozny en 2009, Natalya Estemirova, activista de derechos humanos, fue encontrada a un lado de la carretera con heridas de bala en la cabeza. La periodista del periódico opositor Novaya Gazeta, Anastasiya Baburova, y el abogado de derechos humanos Stanislav Markelov, fueron abatidos a plena luz del día al salir de una conferencia de prensa cerca del Kremlin.

El famoso campeón de ajedrez Garri Kasparov, acérrimo crítico de Putin, debió exiliarse en Estados Unidos. Otro enemigo del neo-zar ruso, el multimillonario Mijaíl Jodorkovski también se exilió en   Suiza, tras pasar 8 años encarcelado en Siberia. El matemático, oligarca y opositor asilado en Inglaterra, Boris Berezovsky, apareció muerto en el baño de su mansión con una soga alrededor del cuello, en 2013.

Nadie puede atribuir con seguridad todas estas muertes al líder ruso. Uno solo puede observar que muchos de quienes osaron cuestionarlo, investigarlo o desafiarlo han terminado exiliados, en la tumba  o ambas cosas. Donald Trump ha minimizado esta racha de homicidios. Con típico descuido, dijo el año pasado en una entrevista que “nuestro país también mata mucho”. Acaba de designar como secretario de Estado a un empresario de alto nivel que fue condecorado por el Kremlin con la Orden de la Amistad.

Trump ha criticado a Irán y ya ha empezado a fastidiar a China. Veremos qué tan exitosamente podrá irritar a los dos principales socios de Moscú y preservar buenos lazos con el presidente ruso. Con seguridad, a la larga él también comprobará que Vladimir Putin es irredimible. ©FIRMAS PRESS.

El autor es escritor. Autor de “Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío” (Debate).

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