Hace 44 años un terremoto destruyó gran parte de Managua, la madrugada del 23 de diciembre de 1972.
Ese año Managua había recibido un impulso económico grande. La capital de Nicaragua había sido sede del Campeonato Mundial de Beisbol, en el que participaron equipos que representaban a Japón, Honduras, Cuba y otros muchos.
Los hoteles de la capital estaban atestados de turistas por acercarse la Navidad.
La euforia de los fanáticos nicaragüenses aún era evidente por la derrota que el equipo de Nicaragua le propinó al de Cuba. El gran lanzador nicaragüense, Julio Juárez, se creció ganando Nicaragua 2 a 0. Pero esa alegría se tornó en tristeza.
Era un sábado 23 de diciembre, cuando el reloj de la Catedral Metropolitana marcaba las 0:32 de la mañana, cuando un poderoso sismo estremeció el centro de la capital nicaragüense.
La ciudad quedó en tinieblas y un silencio profundo fue roto por el derrumbe de edificios de todos los estilos y tamaños. Potentes ondas sonoras se escuchaban bajo la tierra.
Las piernas de los que estaban de pie temblaban, las camas de los que dormíamos se desplazaban como si tuvieran rodos. Vino un silencio sepulcral en una atmósfera de intensa oscuridad.
Una hora después se produjo otro sismo de fuerte intensidad. Edificios que habían resistido el primer sismo, se derrumbaron.
La tierra quedó temblando con poca intensidad. Fenómeno que los científicos atribuyen al acomodamiento de las placas tectónicas.
Yo ejercía la labor de residente de cirugía en el Hospital General El Retiro de Managua.
Una hora más tarde ocurría un tercer sismo, tan violento como los dos anteriores. Mientras, un grupo de médicos buscábamos cómo llegar a la planta baja desde el tercer piso, donde estaban los dormitorios. De aquí bajamos mediante sábanas atadas unas a otras hasta llegar a la planta baja.
Ahí encontramos gran cantidad de pacientes hospitalizados que habían sido rescatados, y otros que habían llegado con múltiples traumas corporales. Algunos no tuvieron la suerte de recibir ayuda. Encontré un hombre respirando con dificultad, le palpé el tórax y encontré costillas fracturadas. Esto era la evidencia de que uno de sus pulmones estaba colapsado. Le dije espere, en un momento regreso. Pero no encontré una sonda para introducirla en su tórax y conectarla a una botella con agua y el paciente murió en pocos minutos.
Los médicos queríamos auxiliar a los heridos, golpeados y fracturados que llegaban, pero no teníamos más que los conocimientos teórico-prácticos y la buena intención de ayudar, aunque no había nada. Todo quedó bajo escombros, y nadie intentaba ingresar a ellos por la constante vibración del piso y el temor de que nos cayera alguna estructura encima.
En la plazoleta exterior se improvisó una sala de emergencia y hospitalización, donde no se podía hacer mucho.
¿Qué se podía hacer? ¿Qué podíamos hacer médicos, enfermeras y demás autoridades hospitalarias que sobrevivimos al sismo? Resignarnos sin caer en la impotencia o inactividad.
Al amanecer se pudo contemplar el panorama: la Catedral destruida con la cruz fracturada en su torre sur, y su reloj marcando las 0:32 a.m., hora del primer sismo.
Se observaban grandes grietas en las calles y paredes de los edificios que habían resistido al sismo. Todo era destrucción en el centro de la ciudad: Banco Central, Gran Hotel, Hotel Balmoral, Almacén Carlos Cardenal y otros muchos.
La Avenida Roosevelt había perdido la belleza que mostraba la noche anterior con sus adornos, luces y árboles navideños que alegraban el espíritu de niños y adultos.
Todo lo alto se hizo bajo, lo ancho estrecho, y lo grande pequeño.
El sismo produjo, según cifras publicadas posteriormente, unos 12 mil muertos y destrucción de la infraestructura del centro de la capital, con efecto colateral en la economía, salud y educación en Managua y resto del país.
Después de 44 años de este lamentable acontecimiento, Managua ha progresado indiscutiblemente, a pesar de la dinastía de los Somoza y mala administración de otros.
Ante el recuerdo de esa gran tragedia, hace 44 años, el pueblo de Nicaragua no quiere otro terremoto en las áreas económica, política, de educación, salud e infraestructura.
El autor es médico.
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