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Julio César Castillo Ortiz

No hay lugar en el mesón

El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo y su celebración terminan en medio de una paradoja. La historia del Salvador del mundo, el Creador del universo inicia con un rechazo, porque aun siendo típico de la Navidad los villancicos, las posadas, los regalos, las cenas o vacaciones, no podemos obviar que Lucas, nos relata en su Evangelio, el nacimiento de Jesús en un pesebre, porque no quedaba más lugar en el mesón.

Para aquellos días José tuvo que subir de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David, nos explica el evangelista. El motivo del viaje fue por el edicto de parte de Augusto César, emperador romano, que todo el mundo fuese empadronado. Y en medio de este cumplimiento, José y María, se encontraron con los días de alumbramiento.

Un alumbramiento en medio de apuros, incomodidades, limitaciones y rechazo. El mesón estaba lleno, ¿no había posada para una mujer que estaba a punto de dar a luz? O en realidad, ¿no había espacio para Jesús?

El problema de la humanidad es que le cuesta darle posada a Jesús. No hay lugar para Él en el día, no hay tiempo para hacerlo pasar a la casa y prepararle una habitación para que se quede allí entre la familia. No hay tiempo ni espacio para el Salvador del mundo. La humanidad está constantemente excluyendo a Jesús hasta de “su propia fiesta”. En Navidad se disfrutan los regalos, las cenas, las compras, pero luego de la celebración todo sigue igual; los enojos, resentimientos, iras, envidias, celos, rivalidades, tal parece que en la noche buena no se encontraron con el festejado, porque en sus vidas nada ha cambiado.

No es extraño el hecho de que Jesús esté siendo constantemente excluido del mundo. Por su paso por la tierra nunca se apoderó de nada, jamás tuvo algo para sí, siempre se daba todo a los demás. En una ocasión un escriba le expresó su deseo de seguirle, a lo que Él le dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. Mateo, 8:20.

El Creador del universo nos deja una reflexión que nos muestra cómo vino al mundo en un pesebre prestado y su cuerpo descansó en una tumba prestada, pues nunca poseyó ni se aferró a nada material. Más siempre el mundo lo rechazó.

La forma en la que Jesús nos muestra la vida es muchas veces el motivo por el cual se le rechaza. Mientras se piensa en la comodidad, en los ingresos, en el futuro, el trabajo, en los méritos o éxitos; Jesús llama a entregarse a los enfermos, necesitados, a dar sin esperar nada a cambio, a tener misericordia con el que se encuentra equivocado, a tomar la cruz, negarse a uno mismo y seguirle. Jesús llama a amar sacrificialmente.

Sin embargo, la ausencia de Jesús en el mundo o en la vida de alguien también es notoria. Cuando Jesús es rechazado en una vida o en un hogar, se vive en discordia, frustraciones, tristezas o soledades. Y por eso, era necesario que Él naciera, viniera al mundo, muriera y resucitara por nosotros, porque solo cuando lo recibimos en nuestra vida podemos ser libres, sanados y salvados.

La invitación que les hago es que no seamos aquel mesón de Belén que le dijo que no había lugar para Él, sino que nuestro corazón sea ese pesebre humilde que tan solo se dispone a recibir con amor al Salvador del mundo, de modo que si creemos en Jesucristo que se nos note.

El autor es presidente de la  Asociación Cristiana Jesús está Vivo.

Opinión Jesucristo Navidad archivo
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