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Justo Pastor Ramos G.

Darío en Nindirí

Motivado siempre por mi costumbre de querer la tierra que me vio nacer, quiero hacer una breve remembranza ante lo que se ha dicho en Nindirí y algunos intelectuales de Masaya sobre un supuesto “hijo” de Darío en Nindirí, no sin antes manifestar mi respeto a la memoria de nuestro eximio y excelso poeta; igual presento mis excusas a los lectores de opinión si el presente escrito en vez de propiciar un análisis, resulte una locura. En este caso me remito a un dicho popular que dice: “Los caminos han sido hechos por los locos para que lo transiten los cuerdos”.

Mi padre,  Adolfo García, nacido en Metapa —hoy Ciudad Darío— en 1891, hijo de Antonio García, hermano menor de don Manuel García, padre de Félix Rubén García Sarmiento, fue conocedor —según él— desde su principio.

Mi abuelita, Indalecia Ramos, quien nació en Antigua, Guatemala,  en 1862 y a la edad de 6 años llegó a Nindirí donde vivió toda su vida, me contaba esta historia que conoció muy bien. Ella decía: “Yo conocí a Rubén Darío, él vino aquí al pueblo muy joven, me parece tendría unos 18 años, era un poco alto, de color claro y muy simpático, aquí vino de Managua en una diligencia, y con él unos amigos. Se bajó en la plaza donde lo esperaban unos “gamonales” quienes vinieron en coche de Masaya. La plaza se llenó de gente, parecía una fiesta, hubo música, unos recitaban versos, otros bailaban y tomaban licor. Yo fui, habían muchas muchachas del pueblo que andaban bien vestidas y perfumadas; recuerdo a las Ruiz,  las Membreño y otras que eran mujeres alegres que bailaron con los que habían en la reunión. Yo tendría unos 22 años y me gustaba la alegría, por eso bailé mucho”.

“Unos años después, dicen que Darío volvió a pasar por aquí, pero yo ya no lo vi. Tiempo más tarde, yo trabajaba en Masaya donde unos señores Abaunza cuando Darío llegó en tren a Masaya, era un 7 de diciembre, la estación del ferrocarril y las calles estaban llenas de gente y bien adornadas; ya Darío era bastante mayor, tenía bigote, vestía saco negro y un sombrero. No era aquel mismo hombre que conocí aquí en Nindirí”.

“Esta vez, no pude moverme como en mi pueblo, pues andaba con mis patrones y allí me encontré con mi amiga Celina Martínez quien trabajaba con otros ‘ricachones’ que, como Darío, recitaban versos. Mi amiga era una muchacha como de 18 o 20 años. Era muy linda, tenía unos ojos azules y café, un pelo bien largo y era muy coqueta, tal parecía una muñeca. Esa noche hubo un gran banquete para Darío, a mí me tocó trabajar, en cambio Celina se ocupaba de atender a los participantes de la fiesta”.

“Al día siguiente Darío salió en tren hacia los pueblos, luego volvió a Catarina donde hubo un banquete y mucha alegría. En todo eso andaba mi amiga Celina quien me dijo luego que había pasado dos días muy felices y alegres y que no los olvidaría”.

“Unos meses más tarde me vine a mi casa a Nindirí y cual fue mi sorpresa cuando vi aquí a Celina bien ‘panzona’. Yo muy asustada le pregunté: —“Ideay Celina, ¿qué te pasó? ¿Te casaste o qué?—. Y ella me contestó muy avergonzada: —No. Y yo le dije— y ¿por qué andas así? ¿De quién es?—. Inmediatamente me contestó: —De Darío… Luego de unos dos meses le nació un niño, que lo fui a ver y era muy bonito, estaba feliz con su hijo, pero este, para mala suerte de ella murió a los 22 meses; había muerto por la epidemia del cólera. Once meses después, para colmo, Celina falleció. No supe de qué, pero la gente decía que había muerto de una pena de amor”.

Quizá por eso nuestro poeta escribiría: “La sagrada escritura habla de un pecado misterioso para el cual no hay redención. No comprendía yo que pecado era ese que no podía ser perdonado; ahora ya lo sé. El pecado que no puede borrar el arrepentimiento, al que la gracia no alcanza… lo comete quien mata una vida para el amor”.

El autor es historiador.

Opinión Félix Rubén García Sarmiento Nindirí archivo
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