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Guillermo E. Miranda

¿Y ahora qué?

Tres fechas en este mes de enero han mantenido a la expectativa a los nicaragüenses por la trascendencia que tendrán en nuestro futuro político. Estas son el 10 de enero, la juramentación para un nuevo período presidencial de Daniel Ortega, con la novedad que en esta ocasión lleva como vice a su consorte; el 15 de enero, fecha en que se espera el comunicado conjunto o separado de Ortega y el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) y el 20 de enero la toma de posesión del nuevo presidente norteamericano Donald Trump. De las tres, la primera pasó sin pena ni gloria, pues el discurso de Ortega de una hora y veinte y ocho minutos estuvo repleto de medias verdades, medias mentiras y mentiras completas, a las que tuvo que recurrir cuando quiso historiar a su manera sobre nuestros acontecimientos políticos de las últimas tres décadas.

Si bien es cierto que la juramentación de los diputados y posterior nombramiento de la nueva junta directiva de la Asamblea Nacional no se consideraba relevante, el nombramiento de Gustavo Porras como presidente de dicho poder del Estado ha sido motivo de algunos comentarios, entre todos, el que considero más atinado es el que afirma que fue una designación de la consorte del presidente designado, para asegurarse el control de ese poder del Estado. Por lo que no debería sorprendernos si dentro de poco vemos renunciar a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia y ser repuesta por otro personaje de reconocida filiación chayista (adjetivo que muy pronto se pondrá de moda).

En pocas palabras, en Nicaragua a partir del 11 de enero, por primera vez el poder lo ejercerá el vicepresidente, por lo que no me sorprendería ver rodar una serie de cabezas en el gabinete. Esto tiene su razón y la principal es consolidar un poder que sea capaz de defenderla de los sandinistas históricos, los que de seguro son su preocupación inmediata. En cuanto al 15 de enero, espero que el matrimonio se ilumine y se den cuenta de la necesidad de acoger los postulados de la Carta Democrática Interamericana, acción que les evitará muchos dolores de cabeza. Nos queda la última, el 20 de enero, día en que jurará como presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. El hecho que los miembros del equipo presidencial que estarán a cargo de la seguridad nacional, de la subsecretaria de Estado para Asuntos Latinoamericanos y su cuerpo de asesores, ya conocen de años a Ortega —y me consta que no comparten en lo más mínimo su forma de conducir nuestro país— debería ser motivo de preocupación para el matrimonio, pues muy pronto los veremos tomar acciones que no les agradarán.

Nos queda la pregunta del millón, ¿qué papel jugará la oposición en los acontecimientos por venir? Al respecto considero que la verdadera oposición será beligerante, recordándoles que no podemos considerar opositores a los diputados designados por Rivas y sus secuaces, lo mismo podemos decir de los partidos políticos que se prestaron a la farsa electoral y de los que desde ya sin rubor alguno aplican para ser investidos por el mismo Consejo Supremo Electoral (CSE) que lleva cinco elecciones usurpándole el voto a los nicaragüenses. Si algo bueno tienen todos estos acontecimientos, es lo malo que se le están poniendo las cosas a quienes el pasado 10 de enero se instalaron con más penas que glorias como una dinastía de nuevo cuño en pleno siglo XXI.

El autor es analista político.

Opinión clima político Daniel Ortega Nicaragua archivo
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