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PJChC: el ciudadano y padre ejemplar (2)

Un día a finales de los sesenta, el teléfono de nuestra casa en Las Palmas repicaba seguido y un hombre furibundo amenazaba a mi madre por una publicación en LA PRENSA.

La Navidad de 1977 fue muy especial para mí porque fue la última que disfruté la compañía de mi padre y ocurrieron varios eventos, aparte de estrenar su nuevo Saab café, la prodigiosa cosecha de uvas blancas y rojas que dieron sus dos parras y del punto de vista comercial, LA PRENSA había tenido su mejor año. Yo era entonces el gerente de Ventas.

Sin enterarme, mi padre había mandado a hacer a España llaveros con el escudo de la familia Chamorro para sus hijos, hermanos, sobrinos y sobrinas, unos eran para varones y otros para mujeres. Además entregó de regalo de Navidad un bellísimo escudo de armas de la familia en cerámica montada en madera a cada uno de sus hermanos y hermanas y más tarde a miembros distinguidos de la familia Chamorro, como a Fernando “El Negro” Chamorro, célebre por sus heroicas acciones armadas contra Somoza.

Él quería que cada uno de nosotros sintiera el orgullo de pertenencia a una familia que había labrado con sacrificio los mejores momentos de la historia de nuestro país. Yo no esperaba recibir más que mi llavero, pero el parto de mi esposa Martha Lucía, previsto para el 10 de enero, se adelantó providencialmente y mi primer hijo varón nació al rayar el sol el 28 de diciembre de 1977.
Para mi sorpresa, llegó mi padre al Hospital Bautista después del tenis y me llevó al hospital uno de esos bellos escudos de los Chamorro que había repartido en Navidad. Sonriente y complacido me dijo: “Te traje este regalo porque ahora ya te lo merecés porque tenés la descendencia”. Así quedó nombrado Sexto Pedro Joaquín Chamorro; recordé entonces aquello de las tres metas en la vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.

Dentro de la familia mi padre cultivó el pluralismo y democracia que predicaba para la sociedad, manteniendo al mismo tiempo los hilos de la unidad, tanto de la familia, como de la empresa, la que veía como una extensión de la familia. Su norte fueron siempre los principios cristianos.

Su vida siempre estuvo en la línea por sus principios, entre ellos, decir siempre la verdad. A menudo temía por su vida y en más de una ocasión, decidí buscar cómo protegerlo porque sabía que mi padre, por dignidad, jamás interpondría una denuncia o pediría protección ante la misma autoridad dictatorial que tanto combatía.

Un día a finales de los sesenta, el teléfono de nuestra casa en Las Palmas repicaba seguido y un hombre furibundo amenazaba a mi madre por una publicación en LA PRENSA. Cuando regresó mi padre, el teléfono sonó nuevamente y él contestó increpando al individuo con una respuesta que acrecentó todos mis temores y aceleró mi pulso: “Vos sos un cobarde, vos sabés dónde vivo, a qué hora voy a LA PRENSA y a qué hora salgo y si me querés encontrar, me encontrarás”… y colgó.

Pues el individuo volvió a llamar cuando ya mi padre y mi madre dormían, yo levanté el auricular y me dijo con voz grave: “Sé que me estás allí escuchando, despedite de tu esposa y tus hijos porque mañana es tu último día”. Colgué y fui al cuarto de mis padres, toqué la puerta y le conté. Él solamente me quedó viendo y me dijo resignado: “Qué vamos a hacer”.

Al día siguiente él salió de la casa más temprano de lo usual. Yo me quedé frío esperando el repique del teléfono, que por fortuna no ocurrió. Me fui a LA PRENSA con una escopeta que le presté a un primo hermano y asumí el papel de escolta. Él salió a mediodía y se montó solo en su Volkswagen blanco con un diario en la mano, yo le seguí armado en otro vehículo. Gracias a Dios, no pasó lo que temíamos.

Al llegar a casa le reclamé por salir tan desprevenido, él me jaló del brazo y me llevó a la piscina haciendo dos disparos al agua con la pistola Walther PPK que llevaba montada oculta bajo el diario, demostrándome así que no era temerario, y que si lo iban a matar, estaba listo para defenderse.

Al cabo de los años, en el 77 me dijo la siguiente frase: “Existen cuatro etapas en la relación padre-hijo: en la primera, el hijo es admirador del padre; en la segunda, el hijo es competidor del padre; en la tercera, el hijo es amigo del padre y en la cuarta etapa, el hijo se vuelve protector del padre: vos ya estás en la cuarta etapa”.

El autor es periodista y ex ministro de turismo.

Columna del día Pedro Joaquín Chamorro archivo

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