Donald Trump asume hoy la Presidencia de los Estados Unidos (EE. UU.) en un ambiente de más incertidumbres que certezas, acerca de lo que podrá ocurrir en el país más poderoso de la tierra en los próximos cuatro años, por lo menos.
A juzgar por los mensajes previos del presidente Trump, en política interna se teme entre otras cosas un fuerte recorte en el desmesurado aparato burocrático, el endurecimiento de las políticas migratorias y la reversión de la reforma de salud impulsada por Obama.
En materia económica se espera una contención del libre comercio internacional y el restablecimiento de normas proteccionistas que fueron comunes y prevalecieron en los tiempos pasados del capitalismo.
En las relaciones internacionales hay temor por el acercamiento de Trump a Rusia y el alejamiento de China y, lo que es más preocupante, de sus aliados políticos históricos en el Oeste, particularmente de Europa Occidental. Se teme inclusive que algunos valores fundacionales de los EE. UU. —como la libertad de expresión en particular— puedan ser menoscabados por Trump, dado su agrio tratamiento a los medios de prensa.
Con respecto a la relación de la administración Trump con América Latina y el Caribe, ninguno de los estudiosos de la política hemisférica estadounidense se atrevió a pronosticar cómo podrá ser.
El dictador venezolano Nicolás Maduro dijo que con el gobierno de Trump no le podrá ir peor que con el de Obama. Pero eso es más esperanza que certeza. Y en el caso de Nicaragua, ¿qué podría esperar de la era Trump la dictadura conyugal, familiar y dinástica de los Ortega Murillo?
Antes de que Trump ganara las elecciones el Departamento de Estado descalificó las votaciones del 6 de noviembre en Nicaragua — que para la oposición nicaragüense fueron una farsa—, en las que el orteguismo ratificó la dictadura familiar dinástica. Antes, el 22 de septiembre del año pasado, la Cámara de Representantes aprobó por unanimidad la iniciativa de ley “Nica Act” para sancionar al régimen orteguista por sus atropellos a la democracia. Por falta de tiempo la “Nica Act” no fue aprobada por el Senado y Obama y no se convirtió en ley, pero sus promotores anunciaron que la volverán a presentar este año y es altamente probable que sea aprobada.
Se dice que a Trump muy poco le puede importar lo que sucede en un país tan pequeño como Nicaragua, y en todo caso, dada su simpatía hacia el autócrata ruso Vladímir Putin que es protector de la satrapía orteguista, hasta es posible que la vea con benevolencia.
Pero el presidente Trump se ha pronunciado claramente contra las dictaduras de Cuba y Venezuela y se conoce que en privado calificó a Daniel Ortega como “un tipo malo”. Se sabe también que un enviado de Ortega a Washington regresó asustado por las exigencias de EE.UU. —todavía bajo el gobierno Obama—, para la restauración de la democracia en Nicaragua.
De cualquier manera, lo específico de la política de Trump hacia Nicaragua dependerá de quiénes la conduzcan en el Departamento de Estado. Pero por las señales que se ven en el cielo los Ortega Murillo no pueden esperar que los vientos del norte soplen favorablemente para ellos.